viernes, 20 de marzo de 2015

NUEVO LINK

http://unmesdeplacer-contom.blogspot.mx/

AQUI ESTA EL LINK PARA QUE PASEN Y LEN :))

.- simplemente irresistible .- 50 y Epilogo

HOLA!! MUCHAS GRACIAS POR HABER LEIDO ESTA HISTORIA ... PUES SE CASARON Y VIVIERON FELICES PARA SIEMPRE :)) .... BONITA FORMA DE PEDIR MATRIMONIO ... YO QUIERO UNO ASI *-* ... BUENO AHORITA MISMO LES AGREGO EL LINK DE LA NUEVA NOVELA ... Y OTRA VES GRACIAS ... ADIOS :))


Capítulo 50

—Me siento bastante bien. Voy a tener alguna que otra magulladura, pero así es el hockey.
—¿Entra en tus planes vengarte?
—De ninguna manera, Jim. No estoy tan mal de la cabeza, y con un tipo como Tkachuk cerca tienes que estar al acecho en todo momento. —Se limpió la cara con una toalla pequeña, luego recorrió con la mirada la habitación. Divisó a _____ en la puerta y sonrió.
—Empataron esta noche. ¿Te conformas con ese resultado?
Tom volvió a prestar atención al hombre que lo entrevistaba.
—Por supuesto que no nos conformamos nunca con otra cosa que no sea ganar. Está claro que tenemos que aprovechar mejor las oportunidades. Y además necesitamos mejorar en defensa.
—A los treinta y cinco años todavía estás entre los mejores. ¿Cómo lo consigues?
Él sonrió abiertamente y se rió entre dientes.
—Bueno, es probable que sea el resultado de años de vida sana. -El reportero y el cámara se rieron con él.
—¿Qué le ofrece el futuro a Tom?
El miró en dirección a _____ y la señaló con el dedo.
—Eso depende de esa mujer de allí.
_____ se quedó paralizada y empezó a mirar por detrás. El recinto estaba lleno de hombres.
—_____, cariño, me refiero a ti.
Ella volvió a mirar al frente y se señaló a sí misma.
—¿Recuerdas que anoche te dije que sólo me casaría si estuviera locamente enamorado?
Ella asintió con la cabeza.
—Bueno, ya sabes que estoy locamente enamorado de ti. —Se puso de pie calzado sólo con los calcetines acanalados y le tendió la mano. Llena de estupor caminó hacia él y puso la mano en la suya.-Te dije que no jugaría limpio. —La cogió por los hombros y la obligó a sentarse en la silla que acababa de desocupar. Luego miró al cámara—. ¿Estamos todavía en el aire?
—Sí.
_____ levantó la mirada que comenzaba a empañársele. Intentó agarrarse a Tom, pero fue él quien la tomó de la mano.
—No me toques, cariño. Estoy un poco sudado. —Luego se arrodilló y la miró fijamente—. Cuando nos conocimos hace siete años, te hice daño y lo siento. Pero ahora soy un hombre diferente y en parte soy diferente gracias a ti. Has vuelto a mi vida y has conseguido que sea mejor. Cuando entras en una habitación, no siento frío porque has traído el sol contigo. —Hizo una pausa y le apretó la mano. Una gota de sudor se le deslizó por la sien y la voz le tembló un poco cuando continuó—: No soy ni un poeta, ni un romántico y no sé qué palabras usar para expresar con exactitud lo que siento por ti. Sólo sé que tú eres el aire de mis pulmones, los latidos de mi corazón, el deseo de mi alma y que sin ti estoy vacío. —Presionó su cálida boca contra la palma de la mano de _____ y cerró los ojos. Cuando la miró otra vez, su mirada era muy intensa. Metió la mano en la cinturilla de los pantalones cortos de hockey y sacó un anillo con un diamante azul rodeado por esmeraldas de al menos cuatro quilates—. Cásate conmigo, _____.
—¡Oh, Dios mío! —Apenas podía ver y se enjugó las lágrimas con la mano libre—. No puedo creer que me esté ocurriendo esto. —Aspiró profundamente y levantó la mirada del anillo a la cara de Logan—. ¿Es de verdad?
—Por supuesto —le contestó, ligeramente ofendido—. ¿Crees que te pediría que te casases conmigo con un diamante falso?
—No hablo del anillo. —Sacudió la cabeza y se pasó la mano por las lágrimas que le resbalaban por las mejillas—. ¿De verdad quieres casarte conmigo?
—Sí. Quiero que envejezcamos juntos y que tengamos cinco niños más. Te haré feliz, _____. Te lo prometo.
Ella observó la apuesta cara de Tom y el corazón le palpitó con fuerza. La había elegido, en esa ocasión no había perdido ella. Y lo había hecho delante de una cámara de televisión, con un gran diamante, arrodillado a sus pies y cogiéndola de la mano. La noche anterior se había preguntado si la escogería. Se había preguntado qué haría si lo hiciese. Ahora sabía la respuesta a ambas preguntas.
—Sí, claro que me casaré contigo —le dijo, riéndose y llorando al mismo tiempo.
—Jesús —suspiró Tom mientras el alivio le inundaba la cara—. Me has llegado a preocupar.
Fuera, en las gradas, un atronador aplauso inundó el Key Arena, seguido por la gran ovación de miles de personas. Las paredes del Key Arena temblaron ante tan entusiasta respuesta.
Tom miró al cámara por encima del hombro.
—¿Estamos saliendo por el Jumbotron?
El hombre levantó el pulgar, y Tom volvió a mirar a _____. Tomó su mano izquierda y le besó los nudillos.
—Te amo —le dijo, deslizándole el anillo en el dedo.
_____ le rodeó el cuello con los brazos y se apretó contra él.
—Te amo, Tom —le dijo entre sollozos al oído.
Él dejó que enterrara la cabeza contra su cuello y recorrió con la mirada a los hombres de la habitación.
—Eso es todo —les dijo, y el cámara cortó. _____ se apoyó en él mientras los felicitaban, y no lo dejó separarse incluso cuando ya lo había hecho hasta el último hombre de la habitación.
—Te voy a poner perdida de sudor —le dijo Tom con suavidad, sonriéndole.
—No me importa. Te amo y también amo tu sudor. —Se puso de puntillas y se apretó contra él.
Él arrugó la frente.
—Bien, porque en parte eres responsable. Durante unos segundos eternos pensé que me ibas a decir que no.
—¿Cuándo planeaste todo esto?
—Compré el anillo en San Luis hace cuatro días y hablé con la gente de la televisión esta mañana.
—¿Tan seguro estabas de que diría que sí?
Él se encogió de hombros.
—Te dije que no iba a jugar limpio.
_____ se acercó y lo besó. Había esperado mucho tiempo ese momento y puso todo su corazón en el beso. Sus bocas se amoldaron, abiertas y mojadas. Ella ladeó la cabeza y le lamió la punta de la lengua. Le deslizó las manos por los hombros, subiéndolas por el cuello hasta el pelo humedecido. La lujuria inflamó la ingle de Tom y se apartó del dulce beso de _____.
—Alto —gimió.
Doblando las rodillas, metió una mano dentro de los pantalones cortos y se recolocó los atributos masculinos. El duro protector de plástico le pellizcaba los testículos y se contuvo para no jurar delante de _____.
—Mi amiguito está muy incómodo.
—Quítate el protector.
—Llevo cuatro capas de ropa y tengo que hacer una cosa antes de empezar a desnudarme. —Se enderezó y leyó la decepción en la verde mirada de _____.
—¿Qué podría ser más importante que desnudarte para mí?
—Nada. —Ella le quería y, de hecho, quería estar rodeada por su varonil y poderoso pecho. La amaba de una manera en que nunca había amado a nadie. La amaba como amiga, como una mujer a la que respetaba y como una amante a la que deseaba a todas horas, todos los días. Y ella lo amaba. No sabía por qué pero lo amaba. Era un irascible jugador de hockey que maldecía con frecuencia, pero no se iba a cuestionar su buena suerte.
Ahora no quería más que llevarla a casa y desnudarla, pero primero tenían un último asunto pendiente. La tomó de la mano y la arrastró con él fuera de la habitación para atravesar el pasillo.
—Sólo necesito aclarar algo antes de irme.
_____ frenó en seco.
—¿Virgil?
—Sí. —Frunció el ceño, él se detuvo y le puso las manos en los hombros—. ¿Te da miedo?
Ella negó con la cabeza.
—¿Te va a hacer escoger? Te va a dar a elegir entre tu equipo y yo.
Un entrenador venía por el pasillo camino del vestuario y Tom se pegó más a _____ para permitir que el hombre pasara.
—Felicidades, «Muro» —le dijo.
Tom inclinó la cabeza.
—Gracias.
_____ lo agarró de la camiseta.
—No quiero que tengas que elegir.
Él volvió a mirar a _____ y besó el ceño que tenía en la frente.
—Nunca hubo ninguna elección que hacer. Nunca hubiera escogido un equipo de hockey en vez de a ti.
—¿Virgil te va a despedir?
Él se rió ahogadamente y negó con la cabeza.
—Virgil no me puede despedir, cariño. Me puede traspasar a otro equipo por quinientos mil dólares como mínimo, lo peor que me podría pasar es tener que llevar un pato en la camiseta. Pero eso no va a ocurrir.
—¿Eh?
Él apretó su mano.
—Vamos. Cuanto antes hagamos esto, antes podremos irnos a casa.
La semana anterior le había dado luz verde a su agente para contactar con Pat Quinn, el gerente de los Vancouver Canucks. Vancouver estaba sólo a dos horas en coche desde Seattle y necesitaban un central de primera línea. Tom necesitaba controlar su futuro.
Con _____ a su lado, penetró en la oficina de Virgil.
—Pensé que te encontraría aquí —le dijo. Virgil lo miró desde el escritorio.
—Has estado ocupado. Veo que tu agente ha contactado con Quinn. ¿Has visto ya la oferta?
—Sí.
Tom cerró la puerta y rodeó con el brazo la cintura de _____.
—Tres temporadas y dos más si cumplo los objetivos.
—Tienes treinta y cinco años. Me sorprende que te ofrecieran eso.
Tom no creyó que estuviera tan sorprendido como decía. Era el trato usual con el capitán de un equipo o con cualquier jugador libre.
—Soy el mejor —le indicó.
—Me hubiera gustado que hablaras antes conmigo.
—¿Por qué? La última vez que hablamos me dijiste que escogiera entre _____ y el equipo. ¿Pero sabes qué? Ni siquiera lo tuve que pensar dos veces.
Virgil miró a _____ y luego volvió a mirar a Tom.
—Fue todo un espectáculo el que montaste hace unos minutos. -Tom apretó más a _____ contra su costado.
—Yo no hago nada a medias.
—No, no lo haces. Pero te has arriesgado bastante, sin mencionar la posibilidad de que te rechazara en directo en la ESPN.
—Sabía que me diría que sí.
_____ lo miró y arqueó una ceja.
—Un poco engreído, ¿no crees?
Tom se inclinó y le susurró en el oído:
—Cariño, «poco» y «engreído» son dos palabras que un hombre nunca quiere oír juntas en la misma frase. —La observó sonrojarse y se rió entre dientes. Aunque había habido esos segundos horribles cuando no se había sentido tan engreído. Segundos interminables cuando aún no le había respondido en los que había tenido la fugaz tentación de cargársela al hombro, marcharse de la habitación y tenerla secuestrada hasta que le dijera lo que quería oír.
—¿Qué quieres, «Muro»?
Tom volvió a mirar a Virgil.
—¿Perdón?
—Te he preguntado qué quieres. -Estaba serio, pero por dentro sonreía.
Jaque mate. El viejo bastardo se había tirado un farol.
—¿Por qué?
—Tomé una decisión muy impulsiva y poco inteligente cuando amenacé con traspasarte. ¿Qué quieres para quedarte?
Tom se balanceó sobre los talones y pareció pensar la pregunta algunos momentos, pero ya había anticipado que Virgil se retractaría.
—Un defensa para la segunda línea me podría persuadir de olvidarme que me amenazaste con traspasarme. Y no hablo de un novato, puedes comprar a alguno de los mejores. Quiero un hombre con experiencia en el hockey. Alguien al que no le dé miedo jugar en las esquinas y se mantenga firme ante la red. Grande. Con mucho equilibrio. Que golpee con fuerza. Vas a tener que soltar mucho dinero por un tipo así.
Virgil entrecerró los ojos.
—Haz una lista y dámela mañana.
—Lo siento, estaré muy ocupado esta noche. —_____ le dio un codazo en las costillas, y él la miró a la cara—. ¿Qué? Tú también estarás ocupada.
—Estupendo —dijo Virgil—. Dámela la próxima semana. Ahora, si me perdonas, tengo otros asuntos de los que ocuparme.
—Hay otra cosa más.
—¿Un defensa de un de millón de dólares no es suficiente?
—No. —Tom negó con la cabeza—. Pídele perdón a mi prometida.
—No creo que sea necesario —balbuceó _____—. De verdad, Tom. El señor Duffy ya te dio lo que querías. Creo que ha sido muy amable...
—Deja que me encargue de esto —la interrumpió Tom.
Virgil entrecerró los ojos aún más.
—¿Exactamente por qué le pediría perdón a la señorita Howard?
—Porque le hiciste daño. Te dijo que lamentaba haber huido de la boda, pero tú le tiraste la disculpa a la cara. _____ es muy sensible. —La apretó suavemente—.¿No es así, nena?
Virgil se levantó y pasó la mirada de Tom a _____. Se aclaró la garganta varias veces y la cara se le puso al rojo vivo.
—Acepto sus disculpas, señorita Howard. ¿Aceptará ahora las mías?
Tom pensó que Virgil podía hacerlo un poco mejor e iba a abrir la boca para decirle que lo volviera a intentar, pero _____ lo detuvo.
—Por supuesto —le dijo, y colocó la palma de la mano en la espalda de Tom. Le miró mientras deslizaba ésta hacia abajo—. Dejemos al señor Duffy con su trabajo — sugirió, con un brillo amoroso y tal vez un poco travieso en los ojos.
Tom le dio un beso rápido en los labios y salieron de la habitación. La apretó contra sí mientras iban andando lentamente por el pasillo hacia los vestuarios, y pensó en el sueño que había tenido después de regresar a su casa de madrugada. En lugar del sueño erótico que normalmente tenía con _____, había soñado con despertarse en una cama enorme llena de flores y rodeado por niñitas saltando por todas partes. Chicas muy femeninas con perros femeninos, que lo miraban a él como si fuera un superhéroe por matar arañas y salvar peces diminutos. Quería ese sueño. Quería a _____. Quería una vida llena de niñas charlatanas con el pelo oscuro, muñecas Barbie y perros sin pelo. Quería camas con encaje, empapelado de flores y una mujer con una erótica voz sureña susurrándole al oído. Él sonrió y deslizó la mano por el brazo de _____ hasta el hombro. Aunque no tuvieran más hijos, tenía todo lo que quería.
Lo tenía todo.


Epílogo

_____ se paró en las escaleras del Princeville Hotel en la isla de Kauai. El sol tropical le calentaba los hombros desnudos y la cabeza. Había tardado varios días en dominar completamente cómo ponerse el sarong, pero ahora llevaba uno fucsia con la parte de atrás de la floreada tela atada al cuello y cubriéndole el traje de baño. Se había puesto una gran orquídea detrás de una oreja y se había atado las sandalias en los tobillos. Se sentía muy femenina y pensó en Lexie. Lexie habría adorado Kauai. Habría adorado las bellas playas y el agua fresca y azul. Pero Lexie tendría que conformarse con una camiseta. _____ y Tom necesitaban pasar tiempo a solas y habían dejado a su hija con Ernie y la madre de Tom.
Un Jeep Cherokee alquilado aparcó en la cuneta. La puerta del conductor se abrió y el corazón se le hinchó bajo el pecho. Le gustaba cómo se movía Tom. Rebosaba confianza y caminaba con la elocuente seguridad de un hombre a gusto consigo mismo. Sólo un hombre tan seguro de sí mismo habría elegido llevar puesta una camisa azul con enormes flores rojas y grandes hojas verdes. Estaba tan seguro de sí mismo que algunas veces la abrumaba un poco. Si hubiera dejado que Tom hiciera las cosas a su manera, se habrían casado al día siguiente de haberse declarado. Lo había podido, retrasar un mes y así había podido planificar una bonita boda en una pequeña capilla en Bellevue.
Llevaban casados una semana y cada día lo quería más. Algunas veces sus sentimientos eran demasiado intensos y no podía contenerlos. Se refrenaba mirando al cielo y sonriendo, o riéndose sin razón aparente incapaz de contener su felicidad. Le había dado a Tom su confianza y su corazón. A cambio, él la había hecho sentirse segura y amada con una intensidad que algunas veces le quitaba el aliento. Lo siguió con la mirada mientras rodeaba el Jeep. Abrió la puerta del acompañante, luego se giró y le sonrió. _____ recordó la primera vez que lo había visto, de pie al lado de un Corvette rojo, con esos anchos hombros y esa elegancia innata, como un caballero con una brillante armadura.
—Aloha, señor —lo saludó en voz alta, descendiendo las escaleras para salir a su encuentro.
Tom frunció el ceño.
—¿Llevas algo debajo de eso?
Ella se detuvo delante de él y encogió los hombros.
—Depende. ¿Eres un jugador de hockey?
—Sí. —Una sonrisa hizo desaparecer el ceño—. ¿Te gusta el hockey?
—No. —_____ negó con la cabeza y bajó la voz, susurrando con aquella voz sureña que sabía que le volvía loco—. Pero puede que haga una excepción contigo, cariño.
Él la alcanzó y le deslizó las manos por los brazos desnudos.
—¿Así que deseas mi cuerpo?
—Qué se le va a hacer. —_____ suspiró y de nuevo sacudió la cabeza—. Soy una mujer débil y tú eres simplemente irresistible.

¡FIN! 

jueves, 19 de marzo de 2015

.- simplemente irresistible .- 48 y 49

HOLA!!! YA SABEN 3 O MAS Y AGREGO ... HASTA PRONTO YA MAÑANA TERMINA ASI QUE MAÑANA MISMO LES AGREGO LA NUEVA NOVELA . ADIOS :))

PENULTIMOS CAPITULOS!!

Capítulo 48
—Parece el gorro de los tontos.
—¿Cómo se lo pones al perro?
—Lo sujeta con las rodillas —contestó _____. Tom miró a su hija.
—¿Te sientas encima de Pongo?
—Sí, papá, a él le gusta.
Tom dudaba que a Pongo le gustara llevar puesto un estúpido gorro. Abrió la boca para sugerir que tal vez no debería sentarse sobre un perro tan pequeño, pero la banda comenzó a tocar y prestó atención al escenario.
—Buenas tardes —dijo el cantante por el micrófono—. Para la primera canción,
Hugh y Mae quieren ver a todo el mundo bailando en la pista.
—Papá —dijo Lexie por encima de la música—. ¿Puedo tomar un trozo de tarta?
—¿Y tu madre qué dice?
—Que sí.
Él se volvió hacia _____ y le dijo al oído:
—Vamos al buffet. ¿Vienes?
Ella negó con la cabeza, y Tom se miró en esos ojos verdes.
—No te muevas de aquí. —Antes de que ella pudiese contestarle, Lexie y él se fueron.
—Quiero un trozo muy grande —informó Lexie—. Con un montón de azúcar.
—Te va a doler la barriga.
—No, no me dolerá.
Él la dejó de pie al lado de la mesa y esperó con frustración a que escogiera el único pedazo de pastel con azucaradas rosas púrpuras. Le dio un tenedor y le buscó un lugar en una mesa redonda para que se sentara al lado de una de las sobrinas de Hugh. Cuando buscó a _____, la divisó en la pista de baile con Dmitri. Por lo general apreciaba al joven ruso, pero no esa noche. No cuando _____ llevaba puesto un vestido tan corto ni cuando Dmitri la miraba como si ella fuera una porción de caviar beluga.
Tom se abrió paso por la abarrotada pista de baile y colocó una mano en el hombro de su compañero de equipo. No tuvo que decir nada. Dmitri lo miró, se encogió de hombros y se marchó.
—No creo que esto sea una buena idea —dijo _____ mientras la cogía entre sus brazos.
—¿Por qué no? —La acercó más, acomodando las suaves curvas contra su pecho y moviendo sus cuerpos al compás de la música lenta. «Puedes tener tu carrera con los Chinooks, o puedes tener a _____. Pero no puedes tener las dos cosas». Pensó en la advertencia de Virgil y luego en la cálida mujer que tenía entre los brazos. Ya había tomado una decisión. Lo había hecho días atrás, en Detroit.
—En primer lugar, porque Dmitri me había pedido este baile.
—Es un bastardo comunista. Mantente alejada de él. -_____ se echó hacia atrás para poder verle la cara.
—Pensaba que era tu amigo.
—Lo era. -Frunció el ceño.
—¿Qué ha pasado?
—Los dos queremos lo mismo, pero él no lo va a conseguir.
—¿Qué es lo que quieres? Quería demasiadas cosas.
—Te vi hablando con Virgil. ¿Qué te ha dicho?
—Nada. Le dije que lamentaba lo que sucedió hace siete años, pero no aceptó mis disculpas. —Ella pareció perpleja por un momento, luego sacudió la cabeza y apartó la mirada—. Me dijiste que había pasado página, pero parecía muy amargado.
Tom le deslizó la palma de la mano por la garganta y le levantó la barbilla con
el pulgar.
—No te preocupes por él. —La miró y luego levantó la vista para observar al anciano. Su mirada se encontró con la de Dmitri y la de media docena de hombres que estaban mirándole el busto a _____. Luego bajó la cara y sus labios se amoldaron a los de ella. La poseyó con la boca y la lengua, mientras le deslizaba la mano por la espalda. El beso fue deliberado, largo y duro. Ella se derritió contra él y, cuando finalmente abandonó su boca, estaba jadeante.
—Me voy a arrepentir —susurró ella.
—Ahora, dime una cosa sobre Charles. —Tenía la mirada algo empañada y aturdida. La pasión que vio en sus ojos lo hizo pensar en sábanas enmarañadas y piel desnuda.
—¿Qué quieres saber de Charles?
—Lexie me ha dicho que piensas casarte con él.
—Le dije que no.
Tom sintió un gran alivio. La envolvió con fuerza entre sus brazos y sonrió contra su pelo.
—Esta noche estás preciosa —le dijo al oído. Luego se echó un poco hacia atrás para mirarle la cara y esa deliciosa boca, entonces le dijo—: ¿Por qué no buscamos algún sitio donde pueda aprovecharme de ti? ¿Es lo suficientemente grande el tocador del baño de señoras?
Él llegó a ver la chispa de interés en los ojos de ella antes de que volviese la cabeza e intentase ocultar una sonrisa.
—¿Estás drogado, Tom Kaulitz?
—Esta noche no —se rió él—. He escuchado el «Sólo di: No» de Nancy Reagan.
¿Y tú?
—Por supuesto que no —se mofó ella.
Terminó la música y comenzó una canción más rápida.
—¿Dónde está Lexie? —preguntó ella por encima del ruido.
Tom miró a la mesa donde la había dejado y la señaló. Tenía la mejilla apoyada contra la palma de la mano y los párpados a medio cerrar.
—Parece que está a punto de dormirse.
—Será mejor que la lleve a casa.
Tom le deslizó las manos por la espalda hasta los hombros.
—La llevaré en brazos hasta el coche.
_____ meditó su ofrecimiento unos instantes, luego decidió aceptarlo.
—Muchas gracias. Iré a buscar el bolso y ya nos vemos fuera. —Él la apretó durante unos segundos y luego la soltó. Ella lo observó caminar hacia Lexie, luego buscó a Mae.
Definitivamente había algo diferente en sus caricias esa noche. Algo en la manera en que la abrazaba y la besaba. Algo caliente y posesivo como si se resistiera a dejarla marchar. Se advirtió que no debía darle demasiada importancia, pero una cálida llamita encendió su corazón.
Recuperó su bolso con rapidez, buscó a Mae y se despidió de Hugh. Cuando
salió fuera ya era de noche y el aparcamiento estaba iluminado por unas farolas. Divisó a Tom apoyado sobre el maletero del coche. Había envuelto a Lexie en su chaqueta y la apretaba contra su pecho. Su camisa blanca resplandecía en la oscuridad del aparcamiento.
—No es así —oyó que le decía a Lexie—. No puedes ponerte tú misma un apodo. Otra persona tiene que empezar a llamarte así y el nombre simplemente se te queda. ¿O acaso crees que Ed Jovanovski se llamó a sí mismo «Ed especial»?
—Pero yo quiero ser «El Gato».
—No puedes ser «El Gato». —Vio que _____ se acercaba y se separó del coche.
—Félix Potvin es «El Gato».
—¿Puedo ser un perro? —preguntó Lexie, apoyando la frente en su hombro.
—No creo que quieras de verdad que la gente te llame Lexie «El Perro» Kaulitz, ¿no?
Lexie rió tontamente contra su cuello.
—No, pero quiero tener un apodo como tú.
—Si quieres ser un gato, ¿Qué te parece «Leopardito»? Lexie «Leopardito» Kaulitz.
—De acuerdo —dijo con un bostezo—. Papá, ¿sabes por qué los animales no juegan a las cartas en la selva?
_____ puso los ojos en blanco e introdujo la llave en la cerradura del coche.
—Porque allí hay demasiados leoparditos —contestó él—. Ya me has contado ese chiste por lo menos cincuenta veces.
—Ah, lo olvidé.
—No creo que te hayas olvidado nunca de nada. —Tom se rió entre dientes y dejó a Lexie en el asiento del acompañante sobre el elevador de seguridad. La luz del techo del vehículo arrancó brillos a su pelo oscuro e iluminó los tirantes azulgrana de cachemira.
—Te veré en el partido de hockey mañana por la noche. -Lexie cogió el cinturón de seguridad y lo abrochó.
—Dame un beso, papi. —Frunció los labios y esperó.
_____ sonrió y se dirigió hacia el asiento del conductor. La tierna manera en que Tom trataba a Lexie le ablandaba el corazón. Era un padre genial y, pasase lo que pasase entre _____ y Tom, siempre le querría por amar a Lexie.
—Oye, ¿_____? —la llamó en voz alta, sintiendo que su voz era una cálida caricia en el frío aire de la noche.
Ella lo miró por encima del techo del coche; la cara de Tom quedaba oculta por las sombras de la noche.
—¿A dónde vas? —preguntó él.
—A casa, por supuesto.
Una risa ronca retumbó dentro de su pecho.
—¿No quieres darle un beso a papi?
La tentación atacó su débil voluntad y su autocontrol. Caramba, ¿a quién pretendía engañar? Cuando Tom andaba de por medio, no tenía ningún tipo de autocontrol. Especialmente después de ese beso que le había dado en la pista de baile. Abrió con rapidez la puerta antes de considerar tan atrayente proposición.
—Esta noche no, playboy.
—¿Me has llamado playboy?
Ella colocó un pie en el chasis de la puerta.
—Es una gran mejoría respecto a lo que te llamaba el mes pasado —dijo, y se metió dentro del coche. Puso el motor en marcha y con la risa de Tom llenando la noche sacó el coche del aparcamiento.
Camino de casa pensó en lo diferente que estaba Tom. Su corazón quería creer
que eso implicaba algo maravilloso; a lo mejor le había golpeado la cabeza un disco de caucho y se había dado cuenta de repente de que estaba enamorado y no podía vivir sin ella. Pero la experiencia con Tom le había demostrado algo diferente. Era mejor no proyectar sus sentimientos sobre él y dejar de buscar motivos ocultos. Intentar interpretar cada palabra o caricia de Tom era tarea de locos. Cada vez que cedía y esperaba algo de él, acababa saliendo herida.
Tras acostar a Lexie, _____ colgó la chaqueta de Tom en el respaldo de una silla de la cocina y se descalzó. Una fina lluvia golpeaba las ventanas mientras se hacía un té de hierbas. Se acercó a la silla y alisó con los dedos la costura del hombro de la chaqueta de Tom, recordando con exactitud la imagen de él al otro lado del pasillo de la iglesia, mientras la miraba profundamente con esos ojos marrones. Recordó el olor de su colonia y el sonido de su voz. «¿Por qué no buscamos algún lugar dónde pueda aprovecharme de ti?», le había dicho y ella se había sentido demasiado tentada.
Pongo soltó la cuerda que estaba mordiendo y comenzó a emitir pequeños ladridos, segundos antes de que sonara el timbre de la puerta. _____ dejó caer la mano y tomó al perro en brazos para acudir a la entrada. No la sorprendió demasiado encontrar a Tom en la puerta, las gotas de lluvia refulgían en el pelo oscuro.
—Olvidé darte las entradas para el partido de mañana —dijo, dándole un sobre.

_____ tomó las entradas e ignorando cualquier asomo de buen juicio lo invitó a entrar.
—Estoy haciendo té. ¿Quieres un poco?
—¿Caliente?
—Sí.
—¿No tienes té helado?
—Por supuesto, soy de Texas. —Volvió con Pongo a la cocina y lo depositó en el suelo. El perro se acercó a Tom y lamió su zapato.
—Pongo se está convirtiendo en un perro guardián bastante bueno —le dijo, abriendo la nevera para coger una jarra de té.
—Sí. Ya lo veo. ¿Qué haría si entrara alguien a robar? ¿Lamerle los pies? -_____ se rió y cerró la puerta de la nevera.
—Es lo más probable, pero antes ladraría como un loco. Tener a Pongo es mejor que instalar una alarma. Tiene buen corazón con los extraños, pero me siento más segura cuando está en casa. —Dejó el sobre de las entradas en la encimera y llenó un vaso para Tom.
—La próxima vez te compraré un perro de verdad. —Tom se acercó a ella y
cogió el té—. Sin hielo. Gracias.
—Mejor que no haya una próxima vez.
—Siempre hay una próxima vez, _____ —dijo él, y se llevó el vaso a los labios mirándola a los ojos mientras tomaba un largo sorbo.
—¿Estás seguro de que no quieres hielo?
Él negó con la cabeza y bajó el vaso. Se lamió la humedad de los labios mientras deslizaba la mirada de sus senos a sus muslos, luego la subió hasta su cara.
—Ese vestido me ha vuelto loco todo el día. Me recuerda aquel vestidito de boda rosa que llevabas puesto la primera vez que te vi.
Ella se miró.
—No se parece en nada a ese vestido.
—Es corto y rosa.
—Aquel vestido era bastante más corto, sin tirantes, y me apretaba tanto que no podía respirar.
—Lo recuerdo. —Él sonrió y apoyó una cadera contra el mostrador—. Hasta
Copalis, estuviste todo el rato tirando de la parte de arriba y estirando la de abajo. Fue algo endiabladamente seductor, como una competición de erotismo. Me preguntaba cuál de las dos mitades ganaría.
_____ apoyó un hombro contra la nevera y cruzó los brazos.
—Me sorprende que te acuerdes de todo eso. Tal y como yo lo recuerdo parecía que yo no te gustaba demasiado.
—Y tal y como yo lo recuerdo, prefiero pensar que intentaba ser listo.
—Sólo cuando estuve desnuda. El resto del tiempo fuiste muy grosero conmigo. -Miró con el ceño fruncido el vaso de té que tenía en la mano, luego la miró a ella.
—Yo no lo recuerdo de ese modo, pero si fui grosero contigo, no fue nada personal. Mi vida era una auténtica mierda en ese momento. Estaba bebiendo mucho y haciendo todo lo que podía por arruinar mi carrera y a mí mismo. —Hizo una pausa y aspiró profundamente—. ¿Recuerdas que te dije que estuve casado?
—Por supuesto. —«¿Cómo iba a olvidarse de DeeDee y de Linda?».
—Bueno, lo que no te conté fue que Linda se suicidó. La encontré muerta en la bañera. Se había cortado las venas con una cuchilla de afeitar y durante mucho tiempo me eché la culpa.
_____ clavó los ojos en él, estupefacta. No sabía qué decir ni qué hacer. Su
primer impulso fue rodearle la cintura con los brazos para decirle lo mucho que lo sentía, pero se contuvo.
Él tomó otro sorbo, luego se limpió la boca con la mano.
—Lo cierto es que no la amaba. Fui un mal marido, y sólo me casé con ella porque estaba embarazada. Cuando el bebé murió, no quedó nada que nos mantuviera unidos. Pasé del matrimonio. Ella no.
Notó un dolor en el pecho. Conocía a Tom, y sabía que debió sentirse desolado.
Se preguntó por qué él le contaría todo eso ahora. ¿Por qué le confiaría algo tan doloroso?
—¿Tuviste un hijo?
—Sí. Nació prematuro y murió un mes después. Toby tendría ahora ocho años.
—Lo siento. —Fue lo único que se le ocurrió decir. No podía ni imaginarse perder a Lexie.
Tom dejó el vaso en el mostrador al lado de _____, luego la cogió de la mano.
—Algunas veces me pregunto cómo sería si hubiera vivido.
Ella le observó la cara y sintió de nuevo esa cálida llamita en el corazón. Tom se preocupaba por ella. Tal vez de la confianza y la preocupación pudiera surgir algo más.
—Quería contarte lo de Linda y Toby por dos razones. Quería que supieras de ellos y también quería que supieras que, si bien he estado casado dos veces, no pienso volver a cometer los mismos errores. No volveré a casarme ni porque haya un niño de por medio ni por lujuria. Será porque esté locamente enamorado.

Sus palabras apagaron la cálida llamita del corazón de _____ como un jarro de agua fría y retiró la mano de la de él. Tenían una hija y no era un secreto que Tom se sentía atraído físicamente por ella. Nunca le había prometido nada excepto pasar un buen rato, pero ella lo había hecho de nuevo. Se había permitido desear cosas que no podía tener, y saberlo le hacía tanto daño que se le llenaron los ojos de lágrimas.
—Gracias por compartirlo conmigo, Tom, pero perdóname si en este momento no aprecio tu sinceridad —le dijo, acercándose a la puerta principal—. Creo que es mejor que te vayas.
—¿Qué? —sonó incrédulo como si no la entendiese—. Pensaba que estábamos llegando a algún lado.
—Lo sé. Pero no puedes venir aquí cada vez que te apetezca sexo y esperar que yo me arranque la ropa para complacerte. —Ella sintió que le temblaba la barbilla cuando tiró de la puerta principal para abrirla. Quería que estuviera fuera antes de perder el control.
—¿Eso es lo que piensas? ¿Que sólo eres un buen polvo?
_____ intentó no amedrentarse.
—Sí.
—¿Qué diablos te pasa? —Le arrebató bruscamente la puerta de la mano para cerrarla de golpe—. ¡Te abro mi corazón, y tú coges y lo pisoteas! Estoy siendo honesto contigo y crees que estoy tratando de arrancarte las bragas.
—¿Honesto? Sólo eres honesto cuando quieres algo. No haces más que mentirme.
—¿Cuándo te he mentido?
—Primero con lo del abogado —le recordó.
—Eso no fue una mentira de verdad, fue una omisión.
—Fue una mentira, y hoy me has mentido de nuevo.
—¿Cuándo?
—En la iglesia. Me dijiste que Virgil había pasado página, que había superado lo ocurrido hace siete años. Pero sabes que no es así.
Él se balanceó sobre los talones y la miró con el ceño fruncido.
—¿Qué te ha dicho?
—Que no me elegirías por encima del equipo. ¿Qué quiso decir? —le preguntó, esperando que se lo aclarara.
—¿La verdad?
—Por supuesto.
—De acuerdo, amenazó con traspasarme a otro equipo si me lío contigo, pero no importa. Olvídate de Virgil. Sólo está disgustado porque obtuve lo que él quería.
_____ se apoyó contra la pared.
—¿Yo?
—Tú.
—¿Es eso lo que soy para ti? —Ella lo miró.
Él soltó un suspiro y se pasó los dedos por el pelo.
—Si crees que estuve contigo para aliviarme, te equivocas de medio a medio.
Ella bajó la mirada hasta el bulto de sus pantalones, luego la volvió a subir a su cara.
—¿Me equivoco?
La cólera tiñó las mejillas de Tom y sujetó a _____ con fuerza por la barbilla.
—No tomes lo que siento por ti para convertirlo en algo sucio. Te deseo, _____. Todo lo que tienes que hacer es entrar en una habitación y te deseo. Quiero besarte, tocarte y hacer el amor contigo. Mi respuesta física es natural y no me disculparé por ella.
—Y por la mañana te irás y me quedaré sola otra vez.
—Eso son tonterías.
—Eso es lo que ha ocurrido las dos veces.
—La última vez fuiste tú la que te marchaste. -Ella negó con la cabeza.
—No importa quién se fuera. Acabará igual. Aunque no tengas intención de
lastimarme, lo harás.
—No quiero lastimarte. Quiero hacerte sentir bien y si fueras honesta conmigo admitirías que también me deseas, que deseas tanto estar conmigo como yo contigo.
—No.
Tom entrecerró los ojos.
—Odio esa palabra.
—Lo siento, pero han pasado demasiadas cosas entre nosotros para decirte otra cosa.
—¿Todavía quieres castigarme por lo que pasó hace siete años, o sólo es una excusa? —Él plantó las manos en la pared a ambos lados de la cabeza de _____—. ¿Qué es lo que te asusta tanto?
—Desde luego tú no.
Él le ahuecó la barbilla con la palma de su mano.
—Mentirosa. Temes que papá no te quiera. -Ella se quedó sin respiración.
—Eso ha sido demasiado cruel.
—Tal vez, pero es la verdad. —Le acarició la boca cerrada con el pulgar y le cogió la muñeca con la mano libre—. Te da miedo extender la mano y tomar lo que quieres, pero a mí no. Sé lo que quiero. —Él deslizó la palma de la mano de _____ por su duro tórax y abrió los botones de su camisa—. ¿Todavía intentas ser una buena chica para que papá te haga caso? Bueno, adivina qué, nena —susurró, moviendo la mano de _____ a la bragueta y apretándola contra la gruesa erección—. Te hago caso.
—Detente —dijo ella, y perdió el control de las lágrimas. Lo odiaba. Lo amaba.
Quería tanto que se quedara como que se fuera. Había sido rudo y cruel, pero tenía razón. Estaba aterrorizada de que la tocara y asustada de que no lo hiciera. Le daba miedo tomar lo que quería y que la hiciera sentirse desgraciada e infeliz. Pero ya era desgraciada e infeliz. No tenía nada que perder. Él era como una droga, una adicción, y ella estaba enganchada—. No me hagas esto.
Tom le secó con el dedo la lágrima que se le deslizaba por la mejilla y le soltó la
mano.
—Te deseo y no me importa jugar sucio.
Tenía que alejarse de Tom, desengancharse. Rehabilitarse. No más cálidos besos, ni caricias, ni miradas hambrientas. Tenía que endurecerse.
—Tú sólo quieres un pedazo de... de...
Tom negó con la cabeza y sonrió.
—No quiero sólo un pedazo. Lo quiero todo.

Capítulo 49
Tom escrutó los ojos de _____ y se rió por lo bajo. Estaba tratando de ser ruda pero era incapaz de pronunciar la palabra.
—... carne
Era sólo una de las cosas que le fascinaban de ella.
—Deseo tu corazón, tu mente y tu cuerpo. —Tom inclinó la cabeza y le rozó los labios con los de él—. Lo deseo todo de ti, para siempre —susurró, rodeándole la cintura con el brazo.
Ella tenía las palmas de las manos aplastadas contra su tórax como si tuviera intención de empujarlo, pero entonces abrió su suave boca y él sintió un triunfo tan dulce que casi lo hizo caer de rodillas. La deseaba ardientemente en cuerpo y alma y la levantó poniéndola de puntillas para saciar su hambre. Al cabo de unos segundos, el beso se convirtió en un frenesí carnal de bocas, lenguas y placer caliente, ardiente. Tom abrió la cremallera de la espalda del vestido, bajándoselo desde los hombros. Después deslizó el vestido y los finos tirantes del sujetador para desnudarla hasta la cintura. Le sujetó los brazos a los lados y luego paseó la mirada por su cuerpo hacia esos senos desnudos que se ofrecían a él y que eran su visión particular del paraíso. Le rodeó la cintura con un brazo mientras volvía a mirarla a la cara y le dio un beso suave en la mismísima cima del pecho izquierdo. Le lamió con la lengua la punta arrugada y ella gimió. Se arqueó hacia él que le succionó el pezón con la boca. _____ intentó liberar los brazos, pero él la sujetaba con fuerza.
—Tom—gimió—. Quiero tocarte.
Él aflojó las manos y se movió para succionar el pecho derecho. Ya estaba a punto de estallar. Llevaba así varios meses. El pálpito de su ingle lo apuraba a empujarla contra la pared, levantarle el vestido hasta la cintura, y sepultarse profundamente en el interior de ese cuerpo caliente y acogedor. Ahora.
Ella liberó los brazos del enredo de tirantes y le sacó la camisa de los pantalones. Tom se enderezó y la observó con los ojos entrecerrados. Antes de ceder a su deseo y tomarla allí mismo junto a la puerta principal, la cogió de la mano y la condujo a la parte posterior de la casa.
—¿Dónde está tu dormitorio? —le preguntó mientras recorrían el pasillo—. Sé
qué está por aquí.
—La última puerta a la izquierda.
Tom entró en la habitación y se detuvo en seco. La cama tenía una colcha de flores y una cenefa de encaje. Una media docena de cojines llenos de lazos estaban dispuestos contra el cabecero. También había flores en el papel de la pared y en la tela de las sillas. Había una gran corona de flores encima del tocador y dos floreros llenos. Acababa de entrar en el nido de la esencia femenina.
_____ se adelantó, sujetando el vestido sobre los senos.
—¿Qué te pasa?
Él la miró, estaba allí rodeada de flores por todos lados y tratando de ocultarse con las manos, y fracasando miserablemente.
—Nada, lo que pasa es que aún estás vestida.
—Tú también.
Él sonrió y se descalzó.
—No por mucho tiempo. —Al cabo de unos segundos, él se había deshecho de toda la ropa y cuando volvió a mirar a _____ casi explotó. Ella estaba de pie fuera de su alcance, llevando puestas sólo unas minúsculas braguitas y las medias sostenidas por unos ligueros rosados. Deslizó la mirada por el tentador trozo de muslo al descubierto por encima de las medias hasta las voluptuosas caderas de _____. Sus senos eran bellos y redondos, sus hombros suaves, su cara hermosa. Se acercó y la apretó contra sí. Ella era ardiente y suave, y todo lo que había querido siempre en una mujer. Tenía la intención de ir despacio. Quería hacer el amor con ella, quería prolongar el placer. Pero no pudo. Se sintió como un niño corriendo hacia su juguete favorito, incapaz de detenerse, lo único que lo detuvo por un momento fue la indecisión sobre dónde tocar primero. Quería su boca, sus hombros y sus senos. Quería besar su vientre, sus muslos y entre sus piernas.
La empujó encima de la cama, luego comenzó a rodar con ella. La besó en la boca y le pasó las manos con suavidad sobre el trasero. Tomó sus bragas y se las deslizó con brusquedad por las piernas. Frotó su erección contra el estómago suave para que sintiera cómo crecía por ella. La tensión de su ingle era cada vez más apremiante y pensó que iba a estallar.
Quería esperar. Quería asegurarse de que ella estaba preparada. Quería ser un amante tierno. La hizo rodar sobre su espalda y terminó de quitarle las bragas. Se sentó sobre los talones y la miró, estaba desnuda con excepción de las medias y el liguero. Ella levantó los brazos hacia él, y supo que no podría esperar. La cubrió con su cuerpo, acunando las caderas entre los suaves muslos, y le colocó las manos a ambos lados de la cara.
—Te amo, _____ —le susurró mientras se miraba en sus ojos verdes—.Dime que me amas.
Ella gimió y le deslizó las manos con suavidad de los costados a las nalgas.
—Te amo, Tom. Siempre te he amado.
Él descendió rápida y profundamente en su interior y se dio cuenta de inmediato de que se había olvidado del condón. Por primera vez en años se sintió envuelto por carne caliente y resbaladiza. Luchó con desesperación por controlarse mientras la necesidad que sentía por ella le desgarraba el vientre. Se retiró, empujó otra vez, y ambos explotaron en un clímax vertiginoso.

Eran las tres de la madrugada cuando Tom salió de la cama y comenzó a vestirse. _____ se aseguró la sábana alrededor de los senos y se incorporó para observar cómo se ponía los pantalones. Se iba. Sabía que no tenía otra opción. Ninguno de los dos quería que Lexie supiera dónde había pasado la noche. Pero en lo más profundo de su corazón le dolía su marcha. Le había dicho que la amaba. Se lo había dicho muchas veces. Era un poco difícil de creer. Era difícil que ella confiara en la alegría que sentía en lo más profundo de su ser.
Él cogió la camisa y metió los brazos en las mangas. Las lágrimas inundaron los ojos de _____ y parpadeó para que se fueran. Quiso preguntarle si lo vería otra vez al día siguiente, pero no quería parecer posesiva y ansiosa.
—No hace falta que vayas demasiado temprano al Key Arena —le dijo él, refiriéndose a las entradas para el hockey que le había dado antes—. Para Lexie será suficiente con ver el partido sin las actuaciones previas. —Estaba sentado sobre el borde de la cama mientras se ponía los calcetines y los zapatos—.Lleguen abrigadas. — Cuando acabó, se levantó y la cogió entre sus brazos. Se la puso en el regazo y la besó—. Te amo, _____.
Ella pensó que nunca se cansaría de oírle decir esas palabras.
—Yo también te amo.
—Te veré después del partido —le dijo, dándole un último beso. Luego se marchó, dejándola sola con la advertencia de Virgil inundando su mente y amenazando con destruir su felicidad.
Tom la amaba. Ella lo amaba. ¿La amaba lo suficiente como para renunciar al equipo? ¿Y cómo podría vivir ella consigo misma si lo hacía?

Los reflectores azules y verdes rodeaban el hielo como un caldero mareante de luces, mientras media docena de animadoras ligeras de ropa bailaban al ritmo de la estridente música rock que bombeaban los altavoces del Key Arena. _____ podía sentir cómo los bajos le retumbaban en el pecho y se preguntaba cómo lo aguantaba Ernie. Observó al abuelo de Tom por encima de la cabeza de Lexie que tenía las manos en las orejas. No parecía que el fuerte ruido le molestara.
Ernie Maxwell estaba igual que siete años atrás, con su pelo blanco pelado al rape y su voz grave seguía pareciéndose a Burgess Meredith. En realidad, la única diferencia que encontró era que ahora llevaba un par de gafas de montura negra y un audífono en la oreja izquierda.
Cuando _____ y Lexie encontraron sus asientos, la había sorprendido verlo allí esperándolas. No sabía qué esperar del abuelo de Tom, pero él la tranquilizó rápidamente.
—Hola, _____. Estás aún más guapa de lo que recordaba —le había dicho
mientras les echaba una mano con las cazadoras.
—Y usted, señor Kaulitz, está mucho mejor de lo que recuerdo —había declarado ella con una de sus encantadoras sonrisas.
Él se había reído.
—Siempre me han gustado las chicas sureñas.
La música se acalló de repente y las luces del Key Arena se apagaron, salvo los dos enormes logotipos de los Chinooks que permanecieron iluminados a ambos extremos de la pista.
—Señoras y caballeros, los Chinooks de Seattle. —La voz masculina resonó cada vez con más volumen en el recinto. Los seguidores se volvieron locos y, en medio de gritos y vítores, el equipo local salió patinado a la pista. Sus camisetas de punto blancas destellaban en la oscuridad. Desde su posición, varias filas por encima de la pista, _____ escudriñó el dorsal de cada camiseta hasta que encontró «Kaulitz» escrito con letras mayúsculas azules encima del número once. Su corazón revoloteó con orgullo y amor. Ese enorme hombre con un casco blanco sobre la frente era suyo. Era todo tan reciente que aún le costaba trabajo creer que él la amaba. No había hablado con él desde que la había besado para despedirse y, desde entonces, había experimentado horribles momentos en los que temió haberlo soñado todo.
Aun desde lejos podía ver que llevaba las hombreras debajo de la camiseta y las espinilleras debajo de los calcetines acanalados que cubrían sus piernas y que desaparecían bajo los pantalones cortos. Sujetaba el palo de hockey con los grandes guantes acolchados que le cubrían las manos. Parecía tan impenetrable como el apodo que había recibido, tan firme como un muro. Los Chinooks patinaron de portería a portería, luego finalmente se detuvieron
formando una línea recta en medio de la pista. Las luces subieron de intensidad y anunciaron a los Coyotes de Phoenix. Pero cuando patinaron sobre la pista de hielo fueron abucheados por los admiradores de los Chinooks que abarrotaban el Key Arena. _____ sintió tanta lástima por ellos que, si no hubiera temido por su seguridad, los hubiera vitoreado.
Los cinco suplentes de cada equipo salieron del hielo y los demás ocuparon sus posiciones en la pista. Tom se deslizó al círculo central, apoyó el stick en el hielo y esperó.
—Patear a esos Hombres, chicos —gritó Ernie tan pronto como el disco se puso en
movimiento al empezar el partido.
—¡Abuelito Ernie! —dijo Lexie, conteniendo el aliento—. Has dicho una palabrota.
Ernie no oyó o prefirió ignorar la reprimenda de Lexie.
—¿Tienes frío? —le preguntó _____ a Lexie por encima del ruido que hacía la gente. Se habían abrigado con unos jerséis blancos de cuello vuelto, vaqueros y botas forradas.
Lexie apartó los ojos de la pista y negó con la cabeza. Señaló a Tom que se movía a gran velocidad sobre el hielo, dirigiéndole una mirada feroz a un jugador del equipo contrario que le había robado el disco. Lo empujó duramente contra la barrera, el plexiglás resonó y tembló, y _____ pensó que lo derribarían y caería sobre el público. Oyó la jadeante respiración de ambos hombres, y no dudó de que después de aquel golpe, al otro jugador lo tendrían que arrastrar fuera de la pista.
Pero ni siquiera se cayó. Los dos hombres se codearon y empujaron y, al final, el disco se deslizó hacia la portería de los Coyotes.
Observó a Tom patinar de lado a lado, empujando a los del equipo contrario por el hielo para quitarles el disco. Las colisiones eran a menudo encontronazos brutales, como choques de coches y, pensando en la noche anterior, esperó que no le dañaran nada vital.
El público era como una horda salvaje que llenaba el aire con groseras maldiciones. Ernie prefirió insultar casi todo el rato a los árbitros.
—A ver si abrís los jodidos ojos y prestáis atención al juego —gritó. _____ nunca había oído tantos juramentos en tan corto período de tiempo, ni había oído tantos gritos en su vida. Además de maldecir y gritar, los jugadores se golpeaban y empujaban, patinaban rápido y se cebaban con los porteros. Al final del primer tiempo, ninguno de los dos equipos había anotado.
En el segundo tiempo Tom fue penalizado por empujar y tuvo que salir al banquillo.
—¡Hijos de puta! —gritó Ernie a los árbitros—. Roenick se ha caído solo.
—¡Abuelito Ernie!
_____ no iba a discutirlo con Ernie, pero ella había visto cómo Tom deslizaba la hoja del stick bajo los patines del otro jugador y luego había tirado de él, haciéndolo caer. Y lo había hecho todo sin ningún esfuerzo aparente, luego se llevó la mano enguantada al pecho con una cara tan inocente que _____ comenzó a preguntarse si quizá se habría imaginado al otro hombre deslizándose como una anguila por el hielo.
En el tercer tiempo, Dmitri consiguió marcar al fin para los Chinooks, pero diez minutos más tarde, los Coyotes igualaron el marcador. La tensión zumbaba en el aire del Key Arena, llenando las gradas y manteniendo a todos en el borde de los asientos. Lexie se puso de pie, demasiado excitada para estar sentada.
—Venga, papá —gritó, mientras Tom luchaba por el disco de caucho, luego salió disparado por el hielo. Inclinando la cabeza voló por encima de la línea central, luego salió de la nada uno de los jugadores de los Coyotes y se estrelló contra él. Si _____ no lo hubiera visto, no habría creído que un hombre del tamaño de Tom pudiese dar vueltas por el aire. Aterrizó sobre el trasero y yació allí hasta que los silbidos cesaron. Todos los entrenadores de los Chinooks saltaron del banquillo y corrieron a la pista.
Lexie comenzó a llorar y _____ contuvo el aliento, con una mala sensación en la boca del estómago.
—Tu padre está bien. Mira —dijo Ernie, apuntando hacia el hielo—, se está levantando.
—Pero le duele mucho —sollozó Lexie, que miraba cómo Tom patinaba lentamente, no hacia el banco, sino hacia el túnel por donde el equipo iba a los vestuarios.
—Estará bien. —Ernie rodeó la cintura de Lexie con el brazo y la apretó a su lado—. Él es «Muro».
—Mamá —gimió Lexie mientras las lágrimas le rodaban por la cara—, dale a papá una tirita.
_____ no creía que una tirita fuera a ser de mucha ayuda. Ella también quería llorar, pensó mientras miraba fijamente el túnel de vestuarios, pero Tom no regresó. Algunos minutos más tarde, sonó el timbre, el partido se había terminado.
—¿_____ Howard?
—¿Sí? —Levantó la vista hacia el hombre que se había colocado detrás de su asiento.
—Soy Howie Jones, uno de los entrenadores de los Chinooks. Tom Kaulitz me pidió que viniera a buscarla y la llevara con él
—¿Está muy malherido?
—No lo sé. Sólo quiere que la lleve con él.
—¡Dios mío! —No podía pensar en ningún motivo por el que pediría verla a menos que estuviera seriamente herido.
—Es mejor que vayas —le dijo Ernie, levantándose.
—¿Y qué hago con Lexie?
—La llevaré a casa de Tom y me quedaré con ella hasta que regreséis.
—¿Estás seguro? —preguntó con los pensamientos girando tan rápido en su cabeza que no podía retener ninguno.
—Por supuesto. Ahora vamos, vete.
—Te llamaré para decirte lo que sepa. —Se inclinó para besar las mejillas mojadas de Lexie y cogió la cazadora.
—Oh, no creo que te dé tiempo a llamar.
_____ siguió a Howie entre las gradas y luego se metió en el túnel por donde había visto que desaparecía Tom unos minutos antes. Caminaron sobre grueso y esponjoso caucho y entre hombres de uniforme. Giraron a la derecha para entrar en una estancia muy grande con una cortina que la dividía en dos zonas. La preocupación le puso un nudo en el estómago. A Tom le debía haber ocurrido algo terrible.
—Ya estamos llegando —le dijo Howie cuando pasaron por un pasillo lleno de hombres, vestidos con traje o ropa deportiva de los Chinooks. Llegaron hasta una puerta cerrada donde ponía «Vestuario», y girando a la derecha atravesaron otro par de puertas.
Y allí estaba Tom sentado, hablando con un reportero de televisión delante de un gran logotipo de los Chinooks. Tenía el pelo húmedo y la piel brillante; parecía lo que era, un hombre que había jugado duro, pero no parecía herido. Se había quitado la camiseta de punto y las hombreras y llevaba en su lugar una camiseta azul sudada que le moldeaba el gran pecho. Todavía llevaba puestos los pantalones cortos de hockey, los calcetines acanalados y las grandes almohadillas protectoras de las piernas, pero no los patines. Aun así, sin todo su equipo, se le veía enorme.
—Tkachuk te dio un buen golpe a cinco minutos del final. ¿Cómo te encuentras? —preguntó el reportero para después acercar el micrófono a la cara de Tom.

martes, 17 de marzo de 2015

.- simplemente irresistible .- 46 y 47

HOLA!!! BUENO YA SABEN 3 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS Y QUE ESTEN BIEN :))

ULTIMOS CAPITULOS!!

Capitulo 46
—¿Cómo quieres el café? ¿Solo o con leche? —le preguntó _____ a Mae mientras llenaba el filtro metálico con café exprés.
—Con leche —respondió Mae sin dejar de mirar a Pongo que estaba tumbado mordisqueando una galleta para perros—. ¡Demonios!, qué perro más patético. Hasta mi gato es más grande que ese chucho. Bootsie se lo comería de un bocado.
—Lexie —gritó _____—. Mae está insultando a Pongo otra vez.
Lexie se dirigió hacia la cocina, haciendo aspavientos con las manos ocultas por las mangas del chubasquero.
—No insultes a mi perro. —Frunciendo el ceño cogió la mochila de la mesa—. Es muy sensible. —Se arrodilló y acercó su cara a la del perro—. Ahora teno que irme al colé, te veré más tarde. —La mascota dejó de comerse la galleta el tiempo suficiente para darle un lametazo a Lexie en la boca
—Oye, ya hemos hablado de que no puedes hacer eso —la regañó _____ mientras cogía un cartón de leche desnatada de la nevera—. Los perros tienen hábitos poco saludables.
Lexie se encogió de hombros y se levantó.
—No me importa. Le quiero.
—Ya, pero a mí sí que me importa. Ahora será mejor que te apresures a recoger a Amy o perderéis el autobús.
Lexie frunció los labios para darle un beso de despedida. _____ meneó la cabeza y acompañó a Lexie a la puerta principal.
—Yo no beso a las niñas que se dedican a besar perros que se lamen el culo. — Desde la entrada observó cómo Lexie cruzaba la calle y después regresó a la cocina—Está loca por ese perro —le comentó a Mae mientras echaba un vistazo a la cafetera—. Lo tiene desde hace cinco días y ya está totalmente integrado en nuestras vidas. Deberías ver la camisetita vaquera que le hizo.
—Tengo que decirte algo —farfulló Mae con rapidez.
_____ miró a su amiga por encima del hombro. Sospechaba que a Mae le pasaba algo. Por lo general no iba tan temprano a su casa para tomar café y hacía días que la encontraba algo distante.
—¿Qué pasa?
—Le quiero.
_____ sonrió mientras llenaba la cafetera con una jarra.
—Yo también te quiero.
—No. —Mae meneó la cabeza—. No, me refiero a Hugh. Le quiero a él, quiero a Hugh, el portero.
—¿A quién? —Las manos de _____ se detuvieron en el aire y arrugó el ceño—. ¿Al amigo de Tom?
—Sí.
_____ colocó la jarra de cristal en la cafetera, pero se olvidó de encenderla.
—Creía que lo odiabas.
—Lo hacía. Pero ya no lo hago.
—¿Qué ha pasado?
Mae parecía tan confusa como _____.
—¡No lo sé! Me llevó a casa desde un pub el viernes pasado por la noche y ya no se fue.
—¿Ha estado viviendo contigo los últimos seis días? —_____ se dirigió a la mesa de la cocina. Tenía que sentarse.
—Bueno, en realidad, más bien durante las últimas seis noches.
—¿Estás tomándome el pelo?
—No, pero entiendo lo que debes estar pensando. No sé cómo ocurrió. Estaba diciéndole que no podía entrar en mi casa, y antes de saber qué sucedía estábamos desnudos y peleándonos por quién tenía que estar encima. Ganó y me enamoré de él.
_____ estaba anonadada por la impresión.
—¿Estás segura?
—Sí. Él estaba arriba.
—¡No quería decir eso! —Si _____ tuviera que cambiar algo en Mae, sería la tendencia que tenía su amiga en dar detalles que ella no quería conocer—. ¿Estás segura de que estás enamorada de él?
Mae asintió con la cabeza y, por primera vez en siete años de amistad, _____ vio que las lágrimas asomaban a los ojos castaños de su amiga. Mae era siempre tan fuerte que a _____ le rompía el corazón verla llorar.
—Oh, cariño —suspiró y se acercó para arrodillarse junto a la silla de Mae—. Lo
siento mucho. —La rodeó con sus brazos tratando de reconfortarla—. Los hombres son imbéciles perdidos.
—Lo sé —sollozó Mae—. Todo era maravilloso y va y tiene que hacer eso.
—¿Qué es lo que hizo?
Mae se echó hacia atrás y miró la cara de _____.
—Me pidió que me casara con él. -_____ se cayó de culo, estupefacta.
—Le dije que era demasiado pronto, pero no me ha querido escuchar. Me dijo que me amaba y que sabía que yo le amaba a él. —Cogió un extremo del mantel de lino de _____ y se lo pasó por los ojos—. Ya le dije que casarse ahora no era la mejor opción, pero no me ha querido escuchar.
—Por supuesto que no te puedes casar con él ahora. —_____ se agarró a la mesa para ponerse de pie—. La semana pasada ni siquiera te caía bien. ¿Cómo espera que tomes una decisión tan importante en tan poco tiempo? Seis días no son suficientes para saber si quieres pasar el resto de tu vida con él.
—Lo supe después del tercer día.
_____ buscó otra vez la silla. Se sentía mareada y tuvo que volver a sentarse.
—¿Estás jugando conmigo? ¿Quieres casarte con él o no?
—Oh, sí.
—Pero, ¿le has dicho que no?
—¡Le dije que sí! Intenté decirle que no, pero no me dejó —dijo, y estalló de nuevo en sollozos—. Debe sonar estúpido e impulsivo, mi única disculpa es que lo amo de verdad y no quiero perder la oportunidad de ser feliz.
—No pareces feliz.
—¡Lo soy! Nunca me he sentido así. Hugh hace que me sienta bien incluso cuando pensaba que era imposible que me sintiera mejor. Me hace reír y piensa que soy divertida. Me hace feliz, pero... —Se interrumpió para secarse de nuevo los ojos—. Quiero que tú también seas feliz.
—¿Yo?
—Los últimos meses has sido muy desgraciada, en especial desde lo que pasó en Oregón. Me siento fatal porque tú lo estás pasando tan mal y yo nunca he sido más feliz.
—Soy feliz —le aseguró a Mae, y se preguntó si sería verdad. Nunca se había
parado a pensar cómo se sentía ante las cosas que le pasaban. Si lo pensaba fríamente, en esos momentos la única palabra que acudía a su mente era conmoción. Pero ése no era el momento de examinar sus sentimientos y analizarlos—. Oye —le dijo esbozando una sonrisa, alargando los brazos hacia Mae y dando una palmadita en la mesa—. Por ahora nos vamos en concentrar en tu felicidad. Al parecer tenemos que organizar una boda.
Mae colocó las manos sobre las de _____.
—Sé que todo esto parece demasiado impulsivo, pero amo a Hugh de verdad —dijo, su cara se iluminaba cuando pronunciaba el nombre de él.
_____ observó los ojos de su amiga y dejó que el amor y la excitación que vio en ellos despejaran todas sus dudas por el momento.
—¿Ya habéis elegido un día?
—El diez de octubre.
—¡Pero si sólo faltan tres semanas!
—Lo sé, pero la temporada de hockey comienza el día cinco en Detroit, y Hugh no puede perderse el primer partido de la temporada. Después le toca ir a Nueva York y a San Luis antes de regresar aquí para jugar el día nueve contra Colorado, ya que jamás se pierde un partido contra Patrick Roy. Hemos estado mirando todas las fechas y al parecer las tres semanas siguientes serán bastante tranquilas. Así que Hugh y yo nos casaremos el diez, nos iremos una semana a Maui de luna de miel, yo regresaré a tiempo para el catering de la fiesta de los Bennet, y Hugh se irá a Toronto para jugar contra los Maple Leafs.
—Tres semanas —protestó _____—. ¿Cómo voy a poder organizar una buena boda en tan sólo tres semanas?
—No vas a hacerlo. Quiero que estés en la boda, no en la cocina. He decidido contratar a Anne Maclear para que se encargue de todo. Fue la que organizó el catering del banquete del Redmond y estará encantada de aceptar el trabajo en cuanto se entere. Sólo quiero dos cosas de ti. Que me ayudes a escoger un vestido de novia, sabes que soy un desastre con ese tipo de cosas. Es probable que elija algo horroroso y ni siquiera me entere.
_____ sonrió.
—Me encantará ayudarte.
—Tengo que pedirte otra cosa más. —_____ le apretó las manos con más fuerza—. Quiero que seas mi dama de honor. Pero Hugh le va a pedir a Tom que sea su padrino por lo que tendrás que estar con él.
Las lágrimas le pusieron a _____ un nudo en la garganta.
—No te preocupes por nosotros. Me encantará ser tu dama de honor.
—Hay un problema más y es el peor de todos.
—¿Qué puede haber peor que planear una boda en tres semanas y tener que estar con Tom?
—Virgil Duffy.
_____ se quedó paralizada.
—Le dije a Hugh que no podíamos invitarlo, pero Hugh no sabe cómo evitarlo. Piensa que si invitamos a sus compañeros del equipo y a los entrenadores e instructores, no podremos ignorar al dueño del equipo. Le sugerí que invitáramos sólo a los amigos íntimos, pero sus compañeros de equipo son sus mejores amigos. Así que no sabemos cómo hacer para invitar a unos sí y a otros no. —Mae se cubrió la cara con las manos—. No sabemos qué hacer.
—Por supuesto que invitareis a Virgil. —_____ tomó el control, mientras tenía la sensación de que su pasado regresaba para acosarla. Primero Tom y ahora Virgil.
Mae meneó la cabeza y dejó caer las manos.
—No puedo hacerte eso.
—Soy adulta. Y Virgil Duffy no me asusta —le dijo al tiempo que se preguntaba si realmente era cierto. Allí sentada en la cocina, no estaba asustada, pero no sabía cómo se sentiría cuando lo viera en la boda—. Invítale a él y a cualquier persona que desees. No te preocupes por mí.
—Le dije a Hugh que lo mejor sería irnos a Las Vegas y que nos casara uno de esos imitadores de Elvis. Eso solucionaría todos los problemas.
De ninguna manera, _____ no podía permitir que su mejor amiga acabara casándose en Las Vegas por culpa de los errores de su pasado.
—Ni se te ocurra pensarlo —le advirtió, alzando la nariz—. Ya sabes lo que opino acerca de la gente de mal gusto y que te case Elvis es de lo más vulgar. Y yo tendría que regalarte algo igual de mediocre. Algo que comprara por televenta, como el cortador de cristal con el que puedes hacer tus propios jarrones con botellas de Pepsi. Y lo siento, pero creo que si hago eso, después no me mirarás igual.
Mae se rió.
—Vale, nada de Elvis.
—Bien. Será una boda preciosa —predijo, y se levantó para ir a buscar su agenda.
Juntas se pusieron manos a la obra. Llamaron a los proveedores que Mae quería
contratar, luego subieron al coche de _____ y condujeron hasta Redmond.
A la semana siguiente, llamaron a la floristería y buscaron el vestido de novia. Entre Heron's, el programa de televisión, Lexie y la rapidez con la que se aproximaba la boda, _____ no tuvo tiempo para sí misma. El único momento del día en que podía sentarse y relajarse un poco eran las noches del lunes y del miércoles, cuando Tom se llevaba a Lexie y a Pongo a las clases de entrenamiento de mascotas. Pero, incluso entonces, no se podía relajar. No cuando Tom aparecía por su casa, alto, atractivo y oliendo como una tardía brisa de verano. Lo veía y ese estúpido corazón suyo comenzaba a palpitar y, cuando él se marchaba, le dolía el pecho. Se había vuelto a enamorar de él. Sólo que esta vez se sentía más infeliz que la anterior. Había estado firmemente convencida de que ya no se dedicaba a querer a los que no podían corresponder a su amor, pero al parecer no era así. Sin embargo, pese a que le había roto el corazón, lo más probable era que siempre amara a Tom, que se apropiaría de su amor y el de su hija y la dejaría sin nada. Mae se casaría y seguiría con su vida. _____ sintió que la dejaban atrás. Su vida era plena, pero a pesar de eso, los que más amaba tomaban caminos que ella no podía seguir.
En unos días, Lexie pasaría su primer fin de semana con Tom y conocería a Ernie Kaulitz Maxwell y a la madre de Tom, Simone. Su hija tendría la familia que _____ no le podía ofrecer. Una familia de la que ella no formaba parte y a la que nunca pertenecería. Tom podía ofrecer a Lexie todo lo que deseara o necesitara y _____ se sentía apartada y abandonada.
Diez días antes de la boda, _____ estaba sola, sentada en el despacho de Heron's, pensando en Lexie, Tom y en Mae y sintiéndose sola. Cuando Charles llamó y le sugirió que comiera con él en McCormick and Schmick's se alegró de poder escapar por unas horas. Era viernes, tenía mucho trabajo esa noche y necesitaba una cara amiga y una conversación agradable.

Mientras comían almejas y cangrejos, le contó a Charles todo sobre Mae y la boda.
—Se casará el jueves siguiente a éste —dijo mientras se limpiaba las manos en la servilleta de lino—. Con tan poco tiempo, han tenido suerte de encontrar una pequeña iglesia sin religión oficial en Kirkland y un salón de banquetes en Redmond para la recepción posterior. Lexie llevará las flores y yo soy la dama de honor. — _____ meneó la cabeza con el tenedor en la mano—. Aún no me he comprado el vestido. Doy gracias a Dios de que todo este lío acabe pronto y ya no tenga que preocuparme de nada parecido hasta que Lexie se case.
—¿No piensas casarte?
_____ se encogió de hombros y apartó la mirada. Cuando pensaba en casarse, se imaginaba siempre a Tom con el esmoquin que llevaba el día que le hicieron el reportaje para GQ.
—Lo cierto es que no he pensado en ello.
—Bueno, ¿y por qué no lo has pensado? -_____ volvió a mirar a Charles y sonrió.
—¿Me lo estás proponiendo?
—Lo haría si pensara que ibas a aceptar.
La sonrisa de _____ se esfumó de golpe.
—No te preocupes —dijo él, y depositó otra concha de almeja sobre el montón de su plato—. No tenía pensado avergonzarte proponiéndotelo ahora, y no pienso hacerlo mientras sepa que me vas a rechazar. Sé que no estás preparada.
Lo miró fijamente, a ese maravilloso hombre que tanto significaba para ella, pero al que no amaba como una mujer debería amar a su marido. Su cabeza quería amarle, pero su corazón ya amaba a otro.
—No rechaces la idea sin más. Simplemente piénsalo —dijo él, y ella lo hizo. Pensó cómo se resolverían algunos de sus problemas casándose con Charles.
Podía proporcionarle una vida confortable para ella y para Lexie y podrían formar una familia. Puede que no lo amara como debiera, pero quizá con el tiempo lo hiciera. Quizá su cabeza pudiera convencer a su corazón.


..*..

Tom arrojó la camiseta sobre el montón de calcetines y deportivas que había en el suelo del baño. Vestido sólo con unos pantalones de deporte, se cubrió la parte inferior de la cara con crema de afeitar. Mientras buscaba la maquinilla de afeitar, miró al espejo y sonrió.
—Si quieres, puedes entrar y hablar conmigo —le dijo a Lexie que se había detenido a sus espaldas para mirar a hurtadillas dentro del baño.
—¿Qué haces?
—Me estoy afeitando —colocó la cuchilla en la mejilla izquierda y la deslizó hacia abajo.
—Mamá se depila las piernas y la axilas —comentó mientras se acercaba a él. Llevaba un camisón de rayas rosas y blancas y tenía el cabello despeinado por la noche de sueño. La noche anterior había sido la primera vez que se quedaba con él, y después de que él matara la araña de su cama, todo había ido sobre ruedas. Tras aplastar al insecto con un libro, ella lo miró como si pudiera caminar sobre las aguas—. Supongo que tendré que depilarme cuando esté en séptimo —continuó—. Probablemente entonces ya tenga pelos. —Le miró con atención a través del espejo—.¿Crees que Pongo será peludo?
Tom enjuagó la maquinilla y negó con la cabeza.
—No, nunca tendrá demasiado pelo.
Al recoger a Lexie la noche anterior, el pobre perrito llevaba un nuevo jersey rojo con joyas de imitación cosidas por todas partes y una gorra a juego. Cuando entró en la casa, el perro le miró y corrió hacia otra habitación para esconderse. _____ supuso que le asustaba la altura de Tom, pero Tom imaginó que el pobre Pongo no quería que otro espécimen del género masculino le viera con esa pinta de marica.
—¿Cómo te hiciste esa gran pupa en la ceja?
—¿Esta cosita? —se señaló una vieja cicatriz—. Cuando tenía unos diecinueve años, un chico me lanzó el disco a la cabeza y no me agaché a tiempo.
—¿Te dolió?
«Como un condenado».
—No. —Tom levantó la barbilla y se afeitó debajo de la mandíbula. Por el rabillo del ojo vio que Lexie lo observaba—. Quizá deberías ir vistiéndote. Tu abuela y tu bisabuelo Ernie estarán aquí en media hora.
—¿Me puedes peinar? —ella levantó la mano y le mostró un cepillo.
—No sé si sabré peinar a una niña.
—Puedes hacerme una coleta. Es muy fácil. O quizá dos coletas. Tienes que asegurarte de que están muy altas; no me gusta llevarlas tan bajas.
—Lo intentaré —dijo, limpiando la crema de afeitar y los restos de vello de la cuchilla, y a continuación empezar a afeitarse la otra mejilla—. Pero si pareces una niña salvaje no me eches la culpa.
Lexie se rió y apoyó la cabeza contra él. Sintió el fino pelo de Lexie contra la piel de su costado.
—Si mamá se casa con Charles, ¿yo seguiría apellidándome Kaulitz como tú?- La cuchilla de afeitar se detuvo bruscamente en la comisura de la boca de Tom.
Deslizó la mirada por el espejo hasta la cara levantada de Lexie. Con lentitud bajó la
maquinilla de su cara y la metió bajo el agua caliente.
—¿Tu madre piensa casarse con Charles? -Lexie se encogió de hombros.
—Quizá. Se lo está pensando.
Tom no había pensado en serio que _____ pudiera casarse con alguien. Pero ahora, al pensar en que otro hombre la tocara, sintió como si lo golpearan en el estómago. Terminó de afeitarse y cerró el grifo.
—¿Te lo ha dicho ella?
—Sí, pero como tú eres mi papá le dije que debía casarse contigo.
Él cogió una toalla y se limpió la crema que le había quedado debajo de la oreja izquierda
—¿Y ella qué dijo?
—Se rió y dijo que eso era algo que no iba a pasar, pero puedes pedírselo, ¿verdad?
«¿Casarse con _____?» No podía casarse con _____. Aunque se habían llevado bastante bien después del incidente de Pongo, ni siquiera estaba seguro de gustarle.
Era lo suficientemente sincero consigo mismo para admitir que ella le gustaba. Quizá demasiado. Todas las veces que había ido a recoger a Lexie la había imaginado sin ropa, pero la lujuria no era suficiente para comprometerse durante toda la vida. La respetaba, pero el respeto tampoco era suficiente. Amaba a Lexie y quería darle todo lo que necesitara para ser feliz, pero años atrás había aprendido que uno no debía casarse sólo porque hubiera un niño de por medio.
—¿No podrías preguntarle? Entonces podríamos tené un bebé.
Ella lo miró con la misma mirada de súplica que había utilizado para conseguir que le comprara la mascota, pero esta vez no iba a ceder. Si alguna vez se casaba de nuevo, lo haría porque vivir sin esa mujer sería un infierno.
—No creo que yo le guste a tu madre —dijo, arrojando la toalla a la cesta de la ropa sucia que había junto al lavabo—. ¿Cómo te hago la coleta?
Lexie le dio el cepillo.
—Primero desenreda los nudos.
Tom se apoyó sobre una rodilla y deslizó el cepillo con cuidado por el pelo de Lexie.
—¿Te hago daño?
Ella negó con la cabeza.
—A mamá sí que le gustas.
—¿Te lo ha dicho ella?
—Además piensa que eres muy guapo y agradable. –Tom se rió entre dientes.
—Sé que ella no te ha dicho eso. -Lexie se encogió de hombros.
—Si la besas, pensará que eres muy guapo. Después podréis tené un bebé.
Aunque la idea de besar a _____ había sido una condenada tentación para él, dudaba de que un solo beso pudiera ejercer tanta magia como para resolver todos sus problemas. Ni siquiera quería pensar en lo de hacer un bebé.
Giró a Lexie un poco y le desenredó los nudos del lado izquierdo.
—Parece que tienes comida pegada en el pelo —dijo, procurando no tirar con demasiada fuerza.
—Puede que sea pizza —le dijo Lexie sin preocuparse por el asunto, después permanecieron en silencio mientras Tom peinaba los finos mechones, pensando que no estaba haciéndolo bien. Lexie permaneció quieta y Tom se sintió aliviado al ver que se había agotado el tema de _____, los besos y los bebés.
—Si la besas, le gustarás más que Charles —susurró Lexie.

Tom apartó las cortinas y miró la noche de Detroit. Desde su habitación en el Hotel Omni, podía ver el río que se deslizaba suavemente como una marea negra. Se sentía inquieto y con los nervios a flor de piel, pero eso no era nada nuevo. Era normal que le llevara varias horas relajarse después de un partido, en especial si era contra los Red Wings. El año anterior, el equipo de Motown sólo había vencido a los Chinooks, en los play-offs por un gol de diferencia que marcó Sergei Fedorov. Ese año los Chinooks habían comenzado la temporada ganando por 4-2 a su rival. La victoria había sido una agradable forma de comenzar la liga.
La mayor parte del equipo estaba en la cafetería del hotel celebrándolo. Pero no Tom. Y aunque no podía dormir, tampoco quería estar rodeado de gente. No quería Comer cacahuetes, mantener conversaciones superfluas ni quitarse de encima a las groupies.
Algo iba mal. Pero salvo el pase a ciegas que le había enviado a Fetisov, Tom había jugado como en los libros de hockey. Lo había hecho tal y como le gustaba: con velocidad, fuerza y habilidad mientras llevaba su cuerpo al límite. Había hecho lo que más le gustaba. Lo que siempre le había gustado.
Pero le pasaba algo. No se sentía satisfecho. «Puedes tener tu carrera con los Chinooks, o puedes tener a _____. Pero no puedes tener las dos cosas».

Tom dejó caer la cortina en su sitio y echó un vistazo al reloj. Era medianoche en Detroit. Las nueve en Seattle. Se acercó a la mesilla, descolgó el teléfono y marcó.
—Hola —respondió ella al tercer timbrazo, revolviendo algo en lo más profundo de las entrañas de Tom.
«Si la besas, pensará que eres muy guapo. Después podréis tené un bebé». Tom cerró los ojos.
—Hola, _____.
—¿Tom?
—Sí.
—¿Dónde estás? ¿Qué haces? Justo ahora te estaba viendo en la tele. -Abrió los ojos y miró las cortinas cerradas.
—En la costa oeste emiten el partido en diferido.
—Ah. ¿Ganasteis?
—Sí.
—Lexie se alegrará de oírlo. Está viéndote en el salón.
—¿Y qué opina?
—Bueno, creo que le estaba gustando hasta que ese grandote de rojo te derribó. Después se quedó algo trastornada. El grandote de rojo era un jugador de Detroit.
—¿Ahora ya está bien?
—Sí. Cuando vio que volvías a patinar, se le pasó. Creo que le gusta verte jugar. Debe de ser algo genético.
Tom le echó una ojeada a las hojas que había junto al teléfono.
—¿Y qué tal tú? —preguntó él, y se preguntó por qué la respuesta de ella era tan importante para él.
—Bueno, casi nunca veo los deportes. No se lo digas a nadie, porque como sabes, soy de Texas —dijo en un susurro—. Pero me gusta más ver hockey que fútbol americano.
La voz de ella le hacía pensar en oscuras pasiones, reflejos en la ventana y sexo caliente. «Si la besas, le gustarás más que Charles». Pensar en ella besando a ese hombre le hizo sentir como si le estallara el pecho.
—Tengo entradas para Lexie y para ti para el partido del viernes. Me gustaría mucho que vinierais.
—¿El viernes? ¿El día después de la boda?
—¿No puedes? ¿Tienes que trabajar?
Ella se mantuvo en silencio un largo rato antes de responder:
—No, podemos ir.
Él le sonrió al teléfono.
—El lenguaje puede ser un poco soez a veces.
—Me parece que a estas alturas ya estamos acostumbradas —dijo ella, y él pudo notar la risa en su voz—. Lexie está a mi lado. Te la paso.
—Espera..., otra cosa...
—¿Qué?
«Espera hasta que llegue a casa antes de decidir casarte con ese Hombre. Es un calzonazos y un gilipollas, y te mereces a alguien mejor». Se dejó caer sobre la cama. No tenía derecho a pedirle nada.
—Da igual. Estoy muy cansado.
—¿Necesitas algo?
Él cerró los ojos y suspiró profundamente.
—No, ponme con Lexie.

Capítulo 47
Lexie recorría el pasillo de la iglesia como si hubiera nacido para ser la pequeña dama de honor. Los rizos le rebotaban en los hombros y los pétalos rosas volaban de su pequeña mano enguantada hacia la alfombra de la pequeña iglesia. _____ aguardaba a la izquierda del pastor resistiéndose al deseo de tirar del dobladillo del vestido de crepé de seda rosa que le quedaba unos centímetros por encima de las rodillas. Tenía la mirada puesta en su hija mientras Lexie recorría el pasillo vestida con encaje blanco, resplandeciendo como si ella fuera la verdadera razón de que toda aquella gente se hubiera reunido en la iglesia. _____ no podía imaginarla más radiante. Se sentía muy orgullosa de su pequeña cuentista.
Cuando Lexie llegó al lado de su madre, se giró y sonrió al hombre que permanecía de pie al otro lado del pasillo con un traje azul marino de Hugo Boss. Levantó tres dedos de su cesta y los meneó. Tom curvó los labios y agitó dos dedos como respuesta.
Comenzó a sonar la marcha nupcial y todos los ojos se volvieron hacia la puerta. Mae estaba preciosa con una corona de flores rosas rodeando el corto cabello rubio y un velo de organza blanco que _____ le había ayudado a elegir. El vestido era sencillo y resaltaba la figura de Mae en lugar de ocultarla bajo capas de raso y tul. El corte al bies disimulaba su baja estatura y la hacía parecer más alta.
Sin acompañante, Mae anduvo por el pasillo con la cabeza erguida. No había invitado a su familia, aunque los bancos del lado de la novia estaban a rebosar con sus amigos. _____ la había intentado persuadir de que invitara a sus padres, pero Mae era demasiado testaruda. Sus padres no habían asistido al entierro de Ray y ella no quería que fueran a su boda. No quería que le estropearan el día más feliz de su vida.
Mientras todos los ojos estaban puestos en la novia, _____ aprovechó para estudiar al novio. Con un esmoquin negro, Hugh, estaba muy apuesto, sin embargo ella no estaba interesada ni en su aspecto ni en el corte de su ropa. Quería observar su reacción al ver a Mae, y lo que vio alivió muchas de sus preocupaciones sobre la inesperada boda. Se lo veía tan feliz que _____ casi esperaba que abriera los brazos para que Mae pudiera perderse en ellos. Toda su cara sonreía y sus ojos brillaban como si le hubiera tocado la lotería. Parecía un hombre locamente enamorado. No era de extrañar que Mae hubiera tardado tan poco tiempo en caer.
Cuando Mae pasó por su lado sonrió a _____, luego se colocó al lado de Hugh.
—Queridos hermanos...
_____ se miró los dedos de los pies que asomaban en las sandalias de piel. «Locamente enamorado», pensó. La noche anterior, le había dicho a Charles que no podría casarse con él. No podía casarse con un hombre al que no amara con locura. Atravesó el pasillo con la mirada hasta los mocasines negros de Tom. A lo largo de su vida, lo había visto mirarla varias veces con la lujuria asomando a esos ojos marrones. De hecho, los últimos días que había venido a recoger a Lexie ya había visto esa mirada de «quiero-saltar-sobre-ti». Pero sentir lujuria no era estar enamorado. La lujuria se desvanecía a la mañana siguiente, especialmente con Tom. Subió la mirada por sus largas piernas, por la chaqueta cruzada y por la corbata granate y azul marino. Luego escrutó su cara y los ojos marrones que le devolvían la mirada.
Él sonrió. Sólo fue una sonrisita agradable que, sin embargo, hizo resonar campanas de alarma en su cabeza. Luego _____ centró la atención en la ceremonia. Tom quería algo.
Las mujeres sentadas en los bancos delanteros de la iglesia comenzaron a llorar y _____ las observó. Incluso aunque no se las hubieran presentado un momento antes de la boda habría sabido que eran familiares de Hugh. Toda su familia se parecía, desde su madre y sus tres hermanas, a sus ocho sobrinas y sobrinos.
Lloraron durante todo lo que duró la corta ceremonia y cuando terminó, siguieron llorando mientras sonaba la marcha nupcial. _____ y Lexie recorrieron el largo pasillo al lado de Tom hasta salir por la puerta. En varias ocasiones, la manga de su chaqueta azul marino le rozó el brazo. En el pasillo, la madre de Hugh apartaba a codazos a su hijo para acercarse a la
novia.
—Eres como una muñeca —declaró la madre mientras abrazaba a Mae y le presentaba a las hermanas.
_____, Tom y Lexie se mantuvieron apartados mientras los amigos y la familia de Hugh se dirigían hacia la pareja para felicitarlos.
—Ten. —Lexie le tendió a _____ la canasta de pétalos rosas y suspiró—. Estoy cansada.
—Creo que ya podemos marcharnos para la recepción —dijo Tom, moviéndose para colocarse detrás de _____—. ¿Por qué no venís en mi coche?

_____ se giró y levantó la vista hacia él. Estaba muy apuesto vestido de padrino, el único defecto era la rosa roja de la solapa; la llevaba inclinada hacia un lado. Había puesto el alfiler en el tallo en vez de en el cuerpo de la flor.
—No podemos irnos hasta que Wendell saque las fotos.
—¿Quién?
—Wendell. Es el fotógrafo que ha contratado Mae, y no podemos marcharnos hasta que haga las fotos de la boda.
La sonrisa de Tom se transformó en una mueca de disgusto.
—¿Estás segura?
_____ asintió con la cabeza y le señaló el tórax.
—Esa rosa está a punto de caerse.

Él bajó la vista y se encogió de hombros.
—No sé cómo ponerla. ¿Puedes hacerlo tú?
Sin hacer caso de su buen juicio, _____ metió los dedos bajo la solapa de su traje azul marino. Mientras Tom inclinaba la cabeza hacia ella, sacó el alfiler. Estaban tan cerca que podía sentir su aliento en la sien derecha. El olor de su colonia invadió sus sentidos, si ella giraba la cara, sus bocas se tocarían. Presionó el alfiler para que atravesara la lana y la rosa roja.
—No te vayas a pinchar.
—No. Lo hago cada dos por tres. —Le pasó la mano por la solapa, alisando las arrugas invisibles y sintiendo la textura de la cara lana bajo las yemas de los dedos.
—¿Sueles poner alfileres en los ojales de los hombres?
Ella meneó la cabeza y le rozó con la sien la suave mandíbula.
—No, se los pongo a Mae, y también a mí misma. En el trabajo. -Posó la mano en su brazo desnudo.
—¿Estás segura de que no quieres que os lleve a la recepción? Virgil va a estar allí, supuse que no querrías llegar sola.
Con el caos que rodeaba la boda, _____ había logrado no pensar en su antiguo novio. Ahora, al pensar en él, se le hizo un nudo en el estómago.
—¿Le has dicho algo sobre Lexie?
—Ya lo sabe.
—¿Cómo se lo tomó? —Ella deslizó los dedos sobre una invisible arruga más, luego dejó caer la mano.
Tom encogió sus grandes hombros.
—No pareció darle importancia. Ya han pasado siete años, habrá pasado página.
_____ se relajó.
—Entonces iré a la recepción en mi coche, pero gracias por el ofrecimiento.
—De nada. —Tom le deslizó su cálida mano hasta el hombro, luego se la bajó hasta la muñeca. A _____ se le puso la piel de gallina—. ¿Estás segura de que van a sacar fotos?
—¿Por qué?
—Odio que me saquen fotos.
Él lo estaba haciendo otra vez. Estaba robándole todo el espacio y anulando su capacidad para pensar. Tocarle era a la vez una tortura y un placer.
—Creí que ya estarías acostumbrado a estas alturas.
—No es por las fotos, es por la espera. No soy un hombre paciente. Cuando quiero algo, no espero, voy a por ello.
_____ tuvo el presentimiento de que ya no hablaba de las fotos. Unos minutos más tarde cuando el fotógrafo los situó en las escaleras de la entrada, se vio forzada a volver a sufrir la experiencia del placer y la tortura otra vez. Wendell situó a las mujeres delante de los hombres, y Lexie se ubicó cerca de Mae.
—Quiero ver sonrisitas felices —pidió el fotógrafo. Su voz amanerada sugería que mantenía una estrecha relación con su lado femenino. Cuando miró a través de la cámara que estaba sobre el trípode, les indicó con las manos que se juntaran más—Vamos, quiero ver sonrisitas felices en esas caritas felices.
—¿Está relacionado con ese artista de PSB? —le preguntó Tom a Hugh entre dientes.
—¿El pintor dandy de influencia africana?
—Sí. Solía pintar nubecitas felices y mierda de ésa.
—¡Papá! —susurró Lexie con fuerza—. No digas palabrotas.
—Lo siento.
—¿Podéis decir todos «noche de bodas»? —preguntó Wendell.
—¡Noche de bodas! — gritó Lexie.
—La pequeña dama lo hace bien. ¿Qué pasa con los demás? —_____ miró a Mae y comenzaron a reírse—. Quiero ver fe-fe-felicidad.
—Joder, ¿de dónde sacaste a ese hombre? —quiso saber Hugh.
—Lo conozco desde hace años. Era un buen amigo de Ray.
—Ahh, eso lo explica todo.
Tom puso la mano en la cintura de _____, y la risa de ésta se interrumpió bruscamente. Le deslizó la palma de la mano por el estómago y la apretó contra la sólida pared de su pecho. Su voz resonó como un trueno en el oído de _____ cuando dijo:
—Di «patata».
_____ se quedó sin aliento.
—Patata —dijo débilmente y el fotógrafo sacó la foto.
—Ahora la familia del novio —anunció Wendell mientras ponía otro carrete.
Los músculos del brazo de Tom se tensaron. Cerró los dedos posesivamente y el dobladillo del vestido se subió un poco por los muslos de _____. Luego él relajó la mano y dio un paso atrás, dejando unos centímetros entre sus cuerpos. _____ le miró, y de nuevo él le dirigió esa sonrisita agradable.
—Oye, Hugh —dijo Tom, centrándose en su amigo como si no acabara de sujetar a _____ con fuerza contra su pecho.—¿Qué supiste de Chebos cuando estuvimos en Chicago?
_____ se dijo a sí misma que no debería interpretar nada de ese abrazo. Debería ser lo suficientemente lista como para no buscar motivos o atribuirle sentimientos que no existían. No debería caer bajo el influjo de sus posesivos abrazos o sus agradables sonrisas. Era mejor olvidarse de todo eso. No significaba nada, no conducían a ninguna parte. No estaba tan loca como para esperar algo de él.
Una hora más tarde, mientras estaba en el salón del banquete al lado de la mesa del buffet repleto de comida y flores, seguía intentando olvidarse. Trataba de no buscarle con la mirada a cada rato e intentaba no verlo en medio de un grupo de hombres que obviamente eran jugadores de hockey o riéndose con alguna rubia tonta de piernas largas. Trató de olvidarse, pero no pudo. Igual que no podía olvidarse de que Virgil andaba por allí en algún sitio.
_____ depositó una fresa con chocolate en el plato que estaba preparando para Lexie. Añadió para ella un muslito de pollo y dos trozos de brócoli.
—Quiero tarta y también algo de eso. —Lexie apuntó hacia un tazón de cristal lleno de caramelos.
—Ya tomaste tarta justo después de que Mae y Hugh la cortaran. —_____ puso algunos caramelos en el plato junto con una zanahoria y le dio el plato a Lexie. Luego escudriñó rápidamente la multitud.
Le dio un vuelco el estómago. Por primera vez en siete años, vio a Virgil Duffy en persona.
—Quédate con la tía Mae —dijo, cogiendo a su hija por los hombros para girarla—. Vendré a buscarte dentro de un momento. —Empujó a Lexie ligeramente y la observó caminar hacia los novios. _____ no podía pasarse la tarde preguntándose si Virgil la saludaría e imaginando lo que él podía decirle. Tenía que salir a su encuentro antes de perder el valor. Tomó aliento y decidida fue a enfrentarse con el pasado. Se abrió paso entre los invitados hasta detenerse delante de él.
—Hola, Virgil —le dijo y observó cómo se le endurecían las facciones.
—Vaya _____, al parecer tienes el descaro de venir a saludarme. Me preguntaba si lo harías. —El tono de su voz no era el de alguien que había pasado página como Tom había insinuado en la iglesia.
—Han pasado siete años y he seguido adelante con mi vida.
—Fue fácil para ti. Para mí no lo fue tanto.
Físicamente no había cambiado demasiado. Quizá tenía menos pelo y los ojos apagados por la edad.
—Creo que ambos deberíamos olvidar el pasado.
—¿Por qué debería hacerlo?
Ella miró un momento, más allá de los rasgos de su cara, al hombre amargado que había debajo.
—Siento lo que sucedió y el dolor que te causé. Traté de decirte la noche antes de la boda que tenía dudas, pero no me quisiste escuchar. No te estoy culpando, sólo te explico cómo me sentía. Era joven e inmadura y lo siento mucho. Espero que puedas aceptar mis disculpas.
—Cuando se congele el infierno.
A ella le sorprendió descubrir que su cólera no le importaba. Le daba igual que él aceptara o no sus disculpas. Se había enfrentado al pasado y se sentía libre de la culpa que la había acompañado durante años. Ya no era ni joven ni inmadura. Y ya no estaba asustada.
—Siento mucho oírte decir eso, pero de todos modos el que aceptes o no mis disculpas no me importa. Mi vida está llena de personas que me aman y soy feliz. Tu cólera y tu hostilidad no pueden lastimarme.
—Todavía eres tan ingenua como hace siete años —le dijo mientras una mujer se acercaba a Virgil y le colocaba la mano en el hombro. _____ reconoció inmediatamente a Caroline Foster Duffy por reportajes publicados en periódicos locales—. Tom nunca se casará contigo. Nunca te elegirá a ti por encima del equipo—añadió; luego se giró para marcharse con su esposa.


_____ lo siguió con la mirada desconcertada por sus palabras de despedida. Se preguntó si habría amenazado a Tom de algún modo y, si lo había hecho, por qué Tom no le había contado nada. Sacudió la cabeza sin saber qué pensar. Nunca, ni en sus sueños más descabellados, había pensado que Tom se casaría con ella o que la elegiría sobre cualquier cosa.
«Bueno», se volvió para dirigirse hacia Lexie que estaba junto a los novios rodeada por algunos invitados a la boda. Tal vez en sus sueños más descabellados imaginaba a Tom proponiéndole algo más que una noche de sexo salvaje, pero sabía que ésa no era la realidad. Si bien ella le amaba y él algunas veces la miraba con un hambriento deseo asomándole a los ojos, sabía que eso no quería decir que él la amara. No significaba que la quisiera para algo más que un revolcón en la cama. No quería decir que no la abandonaría por la mañana, dejándola vacía y sola otra vez. _____ pasó por delante del escenario donde tocaría la banda, pensando en Virgil. Se había enfrentado a él y se había librado de la carga del pasado; se sentía bien.
—¿Cómo va todo? —preguntó, acercándose a Mae.
—Genial. —Mae la miró a los ojos y sonrió, estaba muy guapa y parecía feliz—. Al principio estaba un poco nerviosa por lo de estar en la misma habitación con treinta jugadores de hockey. Pero ahora que he conocido a la mayor parte de ellos, he visto que son gente agradable, casi humanos. Menos mal que Ray no está aquí. Estaría en la gloria rodeado de todos estos músculos y estos culos prietos.
_____ se rió entre dientes y cogió una fresa del plato de Lexie. Recorrió la habitación con la mirada buscando a Tom y lo pilló mirándola por encima de las cabezas de la gente. Mordió la fruta y apartó la mirada.
—Oye —Lexie la miró enfadada—. La próxima vez te comes las cosas verdes que has puesto en el plato.
—¿Has conocido a los amigos de Hugh? —Mae se agarró al codo de su flamante marido.
—Todavía no —contestó ella, y se metió el resto de la fresa en la boca.
Hugh las presentó a dos hombres con trajes de lana y corbatas de seda. El primero, llamado Mark Butcher, lucía un espectacular ojo morado.
—Y supongo que te acordarás de Dmitri —dijo Hugh después de haberla presentado—. Estaba en la casa flotante de Tom cuando fuiste hace algunos meses.
_____ miró al hombre de pelo castaño claro y ojos azules. No lo recordaba.
—Ya decía yo que me sonabas —mintió.
—Te recuerdo —dijo Dmitri, tenía un acento cerrado—. Llevabas puesto algo rojo.
—¿En serio? —_____ se sintió halagada de que él recordara el color de su vestido—. Me sorprende que te acuerdes.
Dmitri sonrió y le aparecieron arruguitas alrededor de los ojos.
—Claro que te recuerdo. Ahora ya no llevo cadenas de oro.- _____ miró a Mae que se encogió de hombros y volvió a mirar a Hugh que sonreía abiertamente.
—Es cierto. Tuve que explicarle a Dmitri que a las mujeres americanas no les gustan los hombres con cadenas.
—Ah, no sé qué decirte —disintió Mae—. Conozco a varios hombres que llevan collares de perlas con pendientes a juego.
Hugh atrajo a Mae a su lado y le besó la coronilla.
—Yo no hablo de drag-queens, cariño.
—¿Es tu hija? —le preguntó Mark a _____.
—Sí, lo es.
—¿Qué te pasó en el ojo? —Lexie le dio a _____ el plato, y señaló a Mark con la última fresa.
—Uno de los jugadores de los Avalanche lo acorraló en una esquina y le dio un buen golpe —contestó Tom desde detrás de _____. Tomó a Lexie en brazos y la levantó contra su pecho—. No te preocupes, se lo merecía.
_____ miró a Tom. Quería preguntarle sobre las palabras de Virgil, pero tendría que esperar a que estuvieran a solas.
—Tal vez no debería haber hecho caer a Ricci con el stick —añadió Hugh. Mark se encogió de hombros.
—Ricci me rompió la muñeca el año pasado —dijo, y la conversación giró en torno a quién había sufrido peores lesiones. Al principio _____ se sintió apabullada por la lista de huesos rotos, músculos desgarrados y número de puntos. Pero cuanto más escuchaba más morbosa y fascinante encontraba la conversación. Comenzó a preguntarse cuántos de los hombres del salón tendrían la dentadura completa. Por lo que estaba oyendo, no muchos.
Lexie agarró la cabeza de Tom entre sus manos para girarle la cara hacia ella.
—¿Te lastimaron anoche, papá?
—¿A mí? De eso nada.
—¿Papá? —Dmitri miró a Lexie—. ¿Es tu hija?
—Sí. —Tom miró a sus compañeros de equipo.
—Esta mocosa es mi hija, Lexie Kaulitz.
_____ esperaba que dijera que no había sabido de Lexie hasta hacía poco, pero no lo hizo. No ofreció ninguna explicación sobre la repentina aparición de una hija en su vida. Simplemente la sostenía entre sus brazos como si siempre hubiera estado allí.
Dmitri repasó a _____ con la mirada y luego miró a Tom para levantar una ceja inquisitivamente.
—Sí —dijo Tom, haciendo que _____ se preguntase qué se habían comunicado los dos hombres sin palabras.
—¿Cuántos años tienes, Lexie? —preguntó Mark.
—Seis. Ya fue mi cumple y ahora estoy en primer grado. Ahora teno un perro que me compró mi papá. Se llama Pongo, pero no es muy grande. Ni tene mucho pelo. Se le enfrían mucho las orejas, por eso le hice un gorro.
—De color púrpura —le dijo Mae a Tom.