sábado, 28 de febrero de 2015

.- simplemente iresistible .- 28 y 29

Capítulo 28
—Lo hice, señor «Muro» —susurró, como si levantar la voz fuera a hacer que su cometa chocara con el suelo.
Volvió a mirar a su hija.
—Mi nombre es Tom.
—Lo hice, Tom.
—Sí, lo hiciste.
Ella sonrió.
—Me gustas.
—Tú también me gustas, Lexie.
Ella contempló su cometa.
—¿Tenes niños?
La pregunta lo cogió por sorpresa y esperó un momento antes de contestar:
—Sí. —No iba a mentirle, pero no estaba preparada para oír la verdad y, por supuesto, se lo había prometido a __________—. Tuve un niñito, pero murió cuando era un bebé.
—¿Por qué?
Tom levantó la mirada hacia la cometa.
—Suelta un poco más de cuerda. —Cuando Lexie siguió su consejo, dijo—: Nació demasiado pronto.
—Oh, ¿a qué hora?
—¿Qué? —Escrutó la pequeña cara que estaba tan cerca de él.
—¿Que a qué hora nació?
—Cerca de las cuatro de la madrugada.
Ella asintió con la cabeza como si eso lo explicara todo.
—Sí, demasiado temprano. Los médicos debían estar todavía dormidos. Yo nací por la tarde.
Tom sonrió, sorprendido con su lógica. Era obvio que era muy brillante.
—¿Cómo se llamaba?
—Toby —«y era tu hermano mayor».
—Ése es un nombre raro.
—Me gustaba —dijo, notando cómo se relajaba un poco por primera vez desde que había entrado en el parque con el coche.
Lexie se encogió de hombros.
—Quiero tener un niño, pero mi mamá dice que no.

Tom se decidió a acomodarla más contra su pecho y todo pareció encajar perfectamente en su lugar como un lanzamiento suave: jugada, golpe, anotación. Colocó las manos a cada lado del mango junto a las de ella y se relajó un poco más. Le rozó con la barbilla la suave sien cuando le dijo:
—Bueno, es que eres demasiado pequeña para tener un niño.
Lexie soltó una risita tonta y negó con la cabeza.
—¡Yo no! Mi mamá. Quiero que mi mamá tenga un niño.
—Y ella dijo que no, ¿eh?
—Sí, porque no tiene marido, pero podría tenerlo si lo intentara de verdad.
—¿Un marido?
—Sí, y así también podría tener un niño. Mi mamá dice que fue al huerto y me recogió como si fuera una zanahoria, pero eso no es cierto. Los bebés no salen de los huertos.
—¿De dónde vienen?
Ella le golpeó la barbilla cuando levantó la mirada hacia él.
—¿No lo sabes?
Hacía mucho tiempo que lo sabía.
—Por qué no me lo dices tú.
Ella se encogió de hombros y volvió a mirar la cometa.
—Bueno, un hombre y una mujer se casan y luego van a casa y se tumban sobre la cama. Cierran sus ojos muy, pero que muy fuerte y piensan en serio, pero muy en serio en la idea. Y luego un bebé entra en la barriga de la mamá
Tom se rió, no pudo evitarlo.
—¿Tu mamá sabe que piensas que los bebés son concebidos por telepatía?
—¿Cómo?
—No me hagas caso. —Había oído o leído en alguna parte que los padres debían hablar con sus hijos sobre sexo a una edad temprana—. Tal vez sea mejor que le digas a tu mamá que sabes que los bebés no crecen en los huertos.
Lo pensó algunos momentos antes de decir:
—No. A mi mamá le gusta contar esa historia algunas veces por la noche. Pero ya le dije que soy demasiado mayor para creer en el Ratoncito Pérez.
Él trató de sonar conmocionado.
—¿No crees en el Ratoncito Pérez?
—No.
—¿Por qué no?
Ella lo miró como si fuera estúpido.
—Porque no tene manos donde llevar las monedas.
—Ah... eso es cierto. —Otra vez se quedó impresionado por su lógica de seis años—. Entonces supongo que también eres demasiado mayor para creer en Papá Noel.
Ella se quedó boquiabierta, totalmente escandalizada.
—¡Papá Noel es de verdad!

Él había supuesto que el mismo razonamiento que había aplicado a los ratones sin manos, se lo podía haber aplicado a un reno que volara, o a un hombre gordo que bajara por la chimenea, o a los pequeños duendes alegres que se pasaban haciendo juguetes trescientos sesenta y cuatro días al año.
—Suelta más cuerda de la cometa —le dijo, luego él se relajó. Escuchó su parloteo incesante y observó pequeños detalles sobre ella. Observó cómo la brisa le revolvía el pelo suave y percibió la forma en que encogía los hombros y levantaba los dedos hasta los labios cada vez que soltaba una risita tonta. Y se reía bastante. Sus temas favoritos eran obviamente animales y bebés. Tenía una gran tendencia al melodrama y no quedaba la menor duda de que era una hipocondríaca.
—Me raspé la rodilla —le dijo después de recitar la larga lista de lesiones que había sufrido recientemente. Se subió el vestido por los flacos muslos, levantó una pierna delante de ella y se tocó con un dedo una tirita de color verde fosforito—. Y me lastimé el dedo del pie —añadió, apuntando una tirita rosa visible bajo su sandalia de plástico—. Amy se lastimó el suyo. ¿Tú tenes pupas?
—¿Pupas? Hum... —Lo pensó un momento, luego confesó—: Me corté la barbilla con la maquinilla esta mañana.
Sus ojos se cruzaron con los de ella cuando le miró la barbilla.
—Mi mamá tene una tirita. Lleva montones de tiritas en el bolso. Te puedo traer una.
Se vio a sí mismo con una tirita rosa fosforito.
—No. No, gracias —declinó, y comenzó a tomar nota de otras peculiaridades de Lexie, como que decía tene o teno en vez de «tiene» o «tengo». Centró en ella toda su atención e imaginó que eran las dos únicas personas en el parque. Pero por supuesto, no lo eran, y no tardaron en acercarse dos niños. Tenían alrededor de trece años y ambos llevaban puestos pantalones cortos negros y abolsados, grandes camisetas y gorras de béisbol con las viseras hacia atrás.
—¿No eres Tom Kaulitz?
—Sí lo soy —dijo, poniéndose en pie. Normalmente no le importaba la fama, especialmente si se le acercaban niños a los que les gustaba hablar de hockey. Pero hoy hubiera preferido que nadie lo reconociera. Aunque debía haberlo sabido. Después de la última temporada, los Chinooks eran más conocidos y populares que nunca. Junto con Ken Griffey y Bill Gates, era la cara más reconocida del estado de Washington, especialmente después de aparecer en esas vallas publicitarias que había hecho para la Asociación de Productos Lácteos.

Sus compañeros de equipo se habían metido con él todo lo que habían querido y más por su bigote blanco de leche y, aunque había fingido que no era así, le habían dado arcadas cada vez que había pasado por delante de una de esas vallas publicitarias. Pero Tom había aprendido hacía mucho tiempo a no tomar en serio toda la fama que llevaba consigo ser una celebridad del hockey.
—Te vimos jugar contra los Black Hawks —dijo el niño que tenía estampada una foto de snowboard en la camiseta—. Me encantó la forma en que placaste a Chelios en el centro del hielo. Hombre, ¡voló!
Tom también recordaba ese partido. Él había recibido tarjeta amarilla y una magulladura del tamaño de un melón. Había dolido como el demonio, pero eso formaba parte del juego. Era parte de su trabajo.
—Me alegra oír que lo disfrutaste —le dijo y observó esos jóvenes ojos. Lo incomodó la adoración que vio allí. Siempre le sucedía—. ¿Juegas al hockey?
—Sólo en la calle —contestó el otro niño.
—¿Dónde? —Él buscó a Lexie y la cogió de la mano para que no se sintiera al margen de la conversación.
—En la escuela primaria de mi barrio. Nos juntamos un montón de chicos para jugar.
Mientras los niños le ponían al tanto de sus juegos en la calle, advirtió que una joven caminaba hacia ellos. Sus pantalones vaqueros eran tan ceñidos que tenían que estar haciéndole daño y la parte inferior de su top no le llegaba al ombligo. Tom podía detectar a una groupie en busca de sexo a cincuenta pasos. Estaban siempre alrededor. Esperando en el vestíbulo del hotel, fuera de los vestuarios o junto al autobús del equipo. Las mujeres que ambicionaban acostarse con celebridades eran fáciles de distinguir entre una multitud. Se percibía en la forma en que caminaban y movían el pelo. En la mirada decidida de sus ojos.
Esperó que la mujer pasara de largo.
No lo hizo.
—David, tu mamá quiere que vayas —dijo, deteniéndose al lado de los dos niños.
—Dile que voy en un segundo.
—Dijo que fueras ahora.
—¡Mierda!
—Me alegro de haberte visto, Hombre. —Tom extendió la mano para estrechársela—. La próxima vez que vayas a un partido, espérame fuera del vestuario y te presentaré a alguno de los chicos.
—¿En serio?
—¡Claro!
Cuando los niños se iban, la mujer se quedó rezagada. Tom soltó la mano de Lexie y la miró mientras decía:
—Es hora de recoger la cuerda de la cometa y bajarla. Tu mamá se preguntará qué nos pasó.
—¿Eres Tom Kaulitz?
Él miró a la mujer.
—El mismo —contestó con un tono de voz que dejaba a las claras que no estaba interesado en tener compañía. Era bastante bonita, pero estaba muy delgada y tenía la falsa apariencia de las rubias teñidas como si hubiera tomado el sol demasiado tiempo. La determinación endureció los ojos azules de la chica y vio que se iba a tener que poner rudo con ella.
—Bueno, Tom —le dijo, y las comisuras de sus labios se curvaron hacia arriba con lentitud en una sonrisa seductora—. Soy Connie. —Lo repasó con los ojos de pies a cabeza—. Estás muy bien en vaqueros.
Creía haber oído esa frase antes, pero ya hacia tiempo y no podía recordar dónde con exactitud. Vamos, no sólo era que estuviera haciéndole perder el tiempo que quería pasar a solas con Lexie, sino que, encima, ni siquiera era original.
—Pero me gustaría verte mejor. ¿Por qué no te los quitas?
Tom lo recordó en ese momento. La primera vez que la había oído tenía veinte años y acababa de fichar por el Toronto. Lo más seguro es que hubiera sido lo suficientemente estúpido para picar.
—Creo que los dos deberíamos seguir con los pantalones puestos —le dijo y se preguntó por qué los hombres eran el único género al que acusaban de utilizar frases hechas para ligar. Las mujeres lo hacían exactamente igual de mal y eran mucho más insinuantes.
—De acuerdo. Pero me pido lo que hay aquí dentro —y paseó la punta de una uña roja a lo largo de su pretina, acariciándolo.
Tom extendió la mano para quitarse el dedo de encima, pero Lexie se encargó del problema. Ella golpeó la mano de la mujer para quitarla y se metió entre ellos.
—No se toca ahí —dijo Lexie, mirando encolerizadamente a Connie—. Te puedes meter en problemas muy grandes.
La sonrisa de la mujer vaciló mientras miraba hacia abajo.
—¿Es hija tuya?
Tom se rió entre dientes, divertido por la expresión feroz de Lexie. Le hubiera venido bien su protección con anterioridad, especialmente en City of Brotherly Love, donde las groupies podían ser bastante peligrosas para los chicos del equipo. Pero nunca lo había protegido una chica y mucho menos una de metro veinte.
—Su madre es amiga mía—dijo con una gran sonrisa.
Volvió a mirar a Tom y se echó el pelo sobre la espalda.
—¿Por qué no la mandas con su mamá y tú y yo nos damos un paseíto en mi coche? Tengo un gran asiento trasero.
Algo que se hacía con rapidez en el asiento trasero de un Buick ni siquiera despertaba su curiosidad.
—No me interesa.
—Te haré cosas que ninguna mujer te ha hecho.
Tom lo dudaba seriamente. Creía que había hecho de todo al menos una vez; la mayoría de las cosas las había hecho dos veces sólo para asegurarse. Colocó la mano en el hombro de Lexie y barajó varias maneras diferentes de decirle a Connie que se perdiera. Pero con su hija tan cerca, tenía que tener cuidado de cómo la rechazaba.
Al acercarse __________ le solucionó el problema.
—Espero no interrumpir nada —dijo con voz dulce.
Él recurrió a __________ y le rodeó la cintura con un brazo. Con la mano en su cadera escrutó su cara sorprendida y sonrió.
—Sabía que no podrías mantenerte alejada.
—¿Tom? —Ella se quedó sin aliento.
En vez de responder a la pregunta implícita en su tono, levantó la mano del hombro de Lexie y señaló a la mujer rubia.
—__________, cariño, ésta es Connie.
__________ esbozó a duras penas una de sus falsas sonrisas y dijo:
—Hola, Connie.
Connie le echó un vistazo a __________, luego se encogió de hombros.
—Pudo haber sido maravilloso —le dijo a Tom y se marchó.
Tan pronto como Connie se dio la vuelta, Tom observó cómo los voluptuosos labios de __________ se apretaban en una línea dura. Lo miraba como si quisiera darle un codazo.
—¿Estás colocado?
Tom sonrió y le susurró al oído.
—Se supone que somos amigos, ¿recuerdas? Sólo cumplo con mi parte.
—¿Y vas por ahí manoseando a todos tus amigos?
Tom se rió. Se rió de ella, de la situación en sí, pero sobre todo se rió de sí mismo.
—Sólo a las que tienen bonitos ojos verdes y unas bocas tan besables. Deberías recordarlo.
Capítulo 29
Esa noche después del picnic, __________ sentía las emociones a flor de piel. Tratar con Tom le había destrozado los nervios, y lo cierto era que Mae no había ayudado ni un poquito. En lugar de servir de apoyo, Mae había estado todo el tiempo insultando a Hugh Miner que encima parecía disfrutar con los insultos. Hugh había comido con buen apetito, se había reído con tolerancia y había provocado a Mae, que se desquitó con él hasta el punto de que __________ se había llegado a preocupar por su seguridad.
Ahora todo lo que __________ quería era tomar un buen baño caliente, una mascarilla de pepino y una esponja exfoliante. Pero todo eso tendría que esperar a que le confesara a Charles la situación. Si quería tener algún tipo de futuro con él, le tenía que contar todo lo referente a Tom. Tenía que decirle que le había mentido sobre el padre de Lexie. Y tenía que hacerlo esa noche. Aunque no le agradara la conversación, estaba deseando acabar de una vez. Sonó el timbre de la puerta e invitó a Charles a pasar.
—¿Dónde está Lexie? —preguntó él, recorriendo el salón con la mirada. Parecía cómodo y relajado con unos chinos y un polo blanco. Las hebras plateadas en sus sienes le daban un aire de dignidad a su bien parecida cara.
—Ya está en la cama.
Charles sonrió y ahuecando la cara de __________ con las manos le dio un beso largo y agradable. Un beso que le ofrecía más que tórrida pasión. Más que una función de una sola noche.
El beso acabó y Charles le escrutó los ojos.
—Sonabas preocupada por teléfono.
—Es que lo estoy, un poco —confesó. Lo tomó de la mano y se sentaron juntos en el sofá—. ¿Recuerdas que te dije que el padre de Lexie estaba muerto?
—Sí, abatieron su F-16 durante la Guerra del Golfo.
—Bueno, puede que haya embellecido un poquito la historia, eh..., en realidad, la embellecí bastante —respiró hondo y le contó todo lo que concernía a Tom. Empezó con su encuentro hacía siete años y acabó con el picnic de aquella tarde. Cuando terminó, Charles no parecía contento y __________ temió haber estropeado su relación.
—Podías haberme dicho la verdad desde el principio —dijo.
—Puede, pero esa mentira ha pasado a formar parte de mi vida, ni siquiera me planteaba si era verdad o no. Además, cuando me encontré de nuevo con Tom, pensé que se aburriría y se cansaría de jugar a ser papá, entonces no tendría que decírselo ni a Lexie ni a nadie.
—¿Y ahora no crees que se vaya a cansar de Lexie?
—No. Hoy en el parque estuvo muy atento con ella y quiso que quedáramos de nuevo para llevarla a la exhibición de Central Science Pacific la semana que viene. —Ella sacudió la cabeza—. No, no creo que se vaya a aburrir.
—¿Y cómo te afectará eso?
—¿A mí? —preguntó, mirándole a los ojos grises.
—Forma parte de tu vida. Lo verás de vez en cuando.
—Claro. También tu ex esposa forma parte de la tuya.
Él bajó la mirada.
—No es lo mismo.
—¿Por qué?
Él esbozó una media sonrisa.
—Porque encuentro a Margaret muy poco atractiva. —No estaba enfadado. Estaba celoso, tal y como había predicho Mae—. Y Tom Kaulitz es un hombre muy guapo.
—Tú también lo eres.
Charles le cogió la mano.
—Tienes que decirme si voy a tener que competir con un jugador de hockey.
—No seas ridículo. —__________ se rió ante tal disparate—. Tom y yo nos odiamos mutuamente. En una escala del uno al diez, le pongo menos treinta. Es como la peste.

Él sonrió y la acercó a su lado.
—Tienes una forma única de expresarte. Es una de las cosas que más me gustan de ti.
__________ apoyó la frente en su hombro y suspiró aliviada.
—Tenía miedo de perder tu amistad.
—¿Es eso lo que soy para ti? ¿Un amigo?
Lo miró.
—No.
—Bien. Quiero de ti algo más que amistad. —Le rozó la frente con los labios—. Podría enamorarme de ti.
__________ sonrió y deslizó la mano desde el pecho al cuello de Charles.
—Yo también podría enamorarme de ti —le dijo, luego lo besó. Charles era exactamente el tipo de hombre que necesitaba. Honesto y sensato. Aunque las frenéticas carreras y las vidas ocupadas de ambos no les permitían estar tanto tiempo juntos y a solas como desearían. __________ trabajaba los fines de semana y si tenía una noche libre se quedaba con Lexie. Charles no solía trabajar ni las tardes ni los fines de semana. Con aquellos horarios tan difíciles sólo podían quedar para almorzar. Tal vez fuera el momento de cambiar eso. Tal vez fuera hora de quedar para desayunar. Solos. En el Hilton. En la suite 231.

****


__________ cerró la puerta de su oficina, dejando fuera el zumbido de las batidoras y las voces de sus empleados. Al igual que su casa, la oficina que compartía con Mae estaba llena de flores y lazos. Y fotos. Había docenas de fotos por toda la habitación. La mayoría eran de Lexie, algunas de Mae y __________ juntas en diferentes encargos de caterings. Tres eran de Ray Heron. El difunto hermano gemelo de Mae aparecía muy arreglado en dos de las fotos, mientras que en la tercera llevaba unos vaqueros y un suéter fucsia. __________ sabía que Mae añoraba a su gemelo y que pensaba en él a diario, pero también sabía que el dolor de Mae ya no era tan profundo como había sido. Lexie y ella habían llenado el lugar que había quedado vacío tras la muerte de Ray, y Mae se había convertido en una hermana para ella y una tía para Lexie. Las tres formaban una familia.
Se acercó a la ventana y levantó la persiana dejando entrar la luz del sol de la tarde. Colocó un contrato de tres páginas sobre el escritorio y se sentó. No esperaba a Mae hasta más tarde y __________ aún tenía una hora libre antes de la comida con Charles. Se concentró en la lectura de las detalladas listas releyéndolas varias veces para asegurarse de que no se perdía nada importante. Cuando llegó al meollo del asunto, agrandó los ojos con sorpresa y se cortó un dedo con el borde del papel. Si la señora Fuller quería que su fiesta de cumpleaños de septiembre tuviera un aire medieval, no cabía duda de que iba a tener que pagar mucho dinero. Se chupó el dedo distraídamente y releyó el presupuesto de esa comida tan rara. Tendrían que contratar a la Sociedad Medieval y transformar el patio trasero de la señora Fuller en una feria medieval. Supondría un montón de dinero y trabajo.
__________ bajó la mano y suspiró profundamente mientras ojeaba el menú especial. Normalmente le encantaban ese tipo de retos. Se divertía ideando acontecimientos extraordinarios y planificando menús inusuales. Amaba la sensación de triunfo que obtenía al final cuando todo estaba recogido y guardado en las furgonetas. Pero en ese momento no se sentía así. Estaba cansada y no estaba demasiado dispuesta a servir un catering para más de cien personas. Esperaba estar a punto en septiembre. Tal vez entonces su vida estaría más tranquila, ya que durante las últimas dos semanas, desde el día que Tom había vuelto a su vida, se había sentido como en una montaña rusa. Desde el picnic en el parque, él las había llevado al Acuario de Seattle y también al restaurante favorito de Lexie, el Iron Horse. En las dos ocasiones la tensión había sido palpable, pero al menos en las oscuras estancias del acuario, __________ no había tenido que pensar en nada más agobiante que tiburones y focas. En el Iron Horse había sido diferente. Mientras esperaban que les llevaran las hamburguesas —que llegaron a la mesa transportadas por un trenecito—, los intentos de una conversación educada habían sido nefastos. Se pasó todo el tiempo conteniendo el aliento y esperando todo tipo de pullas. La única vez que sintió que podía respirar fue cuando unos admiradores se acercaron a la mesa para pedir el autógrafo de Tom.

Si las cosas estaban tensas entre __________ y Tom, Lexie no parecía notarlo en absoluto. Lexie había conectado de inmediato con su padre, lo que no extrañó a __________. La niña era amistosa, extrovertida y le gustaba estar con la gente. Sonreía, se reía con facilidad y daba por supuesto que todo el mundo pensaba que ella era lo más maravilloso que había sucedido en el mundo desde la invención del velero. Y era más que evidente que Tom estaba de acuerdo con ella. La escuchaba con atención, incluso cuando repetía las mismas historias sobre perros y gatos una y otra vez, y reía el chiste del elefante que ni era bueno ni, por supuesto, gracioso.
__________ dejó a un lado el contrato y cogió la cuenta del electricista que había estado arreglando durante dos días la ventilación de la cocina. Estaba decidida a que esa situación con Tom no la alterara. Lexie se comportaba de igual manera con Tom que con Charles. Pero había un riesgo con Tom que no existía con ningún otro hombre. Tom era el padre de Lexie y __________ temía lo que implicaba esa relación. Era una relación que no podía compartir. Una relación que nunca había conocido, que nunca entendería y que sólo podía observar desde lejos. Tom era el único hombre que podía amenazar el lazo de unión entre __________ y su hija.
Sonó un golpe en la puerta al mismo tiempo que se abría. __________ levantó la vista para ver cómo su cocinera jefe asomaba la cabeza por el quicio de la puerta. Sarah había sido una buena estudiante universitaria y era una estupenda chef de repostería.
—Ha llegado un hombre que quiere verte.

__________ reconoció la chispa de excitación en los ojos de Sarah. En las últimas dos semanas la había visto en multitud de mujeres. Seguida frecuentemente de risitas tontas, actuaciones ridículas y peticiones de autógrafos. La puerta se abrió de par en par y pudo ver detrás de Sarah al hombre que reducía a las mujeres a ese bochornoso comportamiento. Un hombre que para su sorpresa llevaba puesto un esmoquin.
—Hola, Tom —lo saludó mientras se ponía de pie. Él entró en la oficina llenando la pequeña habitación femenina con su tamaño y presencia viril. La corbata de seda negra colgaba suelta sobre la pechera de la plisada camisa blanca. El botón superior estaba desabrochado—. ¿Qué puedo hacer por ti?
—Andaba por el barrio y me dejé caer por aquí —contestó, encogiendo los hombros.
—¿Necesitáis algo? —preguntó Sarah.
__________ se acercó a la puerta.
—Por favor toma asiento, Tom—le dijo por encima del hombro. Miró afuera, a la cocina, donde sus empleados no se molestaban en ocultar su interés—. No, gracias Sarah —le dijo y les cerró la puerta en las narices. Se dio la vuelta y evaluó la apariencia de Tom con una mirada. Llevaba la chaqueta colgando de un hombro. En contraste con la camisa inmaculadamente blanca, unos tirantes negros surcaban el ancho pecho formando una «Y» por la parte de atrás. Estaba tan bueno como para mojar pan.
—¿Quién es? —preguntó Tom, sujetando una foto en un marco de porcelana. En ella, Ray Heron estaba de perfil y llevaba una peluca de paje y un kimono rojo. Aunque __________ no había conocido a Ray, admiraba mucho la habilidad que mostraba con el lápiz de ojos y el gran sentido del color que poseía para lo dramático. No existían demasiadas mujeres —ni hombres— que defendieran con elegancia esa sombra de color rojo en particular.
—Es el hermano gemelo de Mae —contestó mientras se sentaba detrás del escritorio otra vez. Esperaba que dijera algo peyorativo y cruel. Pero no lo hizo. Se limitó a arquear una ceja y volvió a poner la foto donde estaba.




DE VUUELTA!! YA SABEN 3 O MAS Y AGEGO SINO NO ... ADIOS :))

jueves, 26 de febrero de 2015

IMPORTANTE

CHICAS, LO SIENTO MUCHO SI NO EH SUBIDO CAPITULO EN NINGUNA DE LAS DOS NOVELAS PERO ES QUE TENGO MUCHISISISIMA TAREA, NO TENGO TIEMPO PARA NADA QUE NO SEA LA TAREA, ME EH ESTADO ACOSTANDO TARDISIMO, AHORA SI QUE NO LES MIENTO, ME DEJARON HACER UN RESUMEN DE 5 LIBROS Y CONCLUSION, ADELANTO DE TESIS, ANTECEDENTES, PLANTEAMIENTO DE PROBLEMA, JUSTFICACION Y OBJETIVOS Y RESUMEN DE OTRA MAESTRA MAS EXAMEN Y LA VERDAD ES QUE YA ESTOY QUE NO AGUANTO, AGUANTENME UN DIA MAS Y LES PROMETO QE DE AHORA EN ADELANTE LAS COMPENSARE CON SUBIR TODOS LOS DIAS, SE QUE ME ENTENDERAN, NO CREAN QUE ME EH OLVIDADO DE USTEDES PERO EN VERDAD, NO DOY PARA MAS, ESTOY MUY DESVELADA, ME DUELE LA CABEZA, ESTOY ESTRESADISIMA, UNA DISCULPA ENSERIO ... DIOS ME LAS BENDIGA SIEMPRE CHICAS Y CLARO QUE SE QUE USTEDES CUMPLEN Y SE LOS AGRADEZCO ... BUENO SIN MAS TIEMPO ME DESPIDO, LAS QIERO Y ESPERO ME COMPRENDAN ... ADIOS :)))



domingo, 22 de febrero de 2015

.- simplemente irresistible .- 26 y 27

Capítulo 26
—¡Eh, miradme!
Mae levantó la mirada de las servilletas dobladas que tenía en la mano mientras Lexie pasaba corriendo y arrastrando una cometa rosa de Barbie tras ella. Su sombrero vaquero con un girasol enorme en la parte delantera le voló de la cabeza y aterrizó en la hierba.
—Lo haces muy bien —gritó Mae. Dejó las servilletas sobre la mesa de picnic y volvió a mirarla con ojo crítico. El mantel a rayas azules y blancas se agitaba por la suave brisa y el Pet Chia de Lexie descansaba en el centro de la mesa. El cerdito cubierto de hierba llevaba puestas unas pequeñas gafas de sol recortadas de una revista y una brillante bufanda rosa atada alrededor de su cuello—. ¿Qué tratas de probar? —le preguntó a __________.
—No trato de probar nada —contestó __________, colocando una bandeja con rollitos de salmón, paté ahumado y tostadas en un extremo de la mesa. Por alguna razón había un pequeño gato de porcelana en medio de la bandeja lamiéndose las patas. En la cabeza del gato había un sombrero puntiagudo de fieltro amarillo. 

Mae, que conocía al dedillo a __________, sabía que ese picnic se basaba en algo. No sabía aún en qué, pero acabaría averiguándolo.
Pasó la mirada del gato a la variedad de comida que había sobre la mesa entre la que vio algunas cosas que se habían servido en caterings la semana anterior. Reconoció los blintzes de queso y la barra de pan challah de la ceremonia del bar mitzva de Mitchell Wiseman. Los pasteles de cangrejo y los canapés ajedrezados provenían de la fiesta anual al aire libre de la señora Brody. Y el pollo asado con costillitas y salsa lo había servido en la barbacoa de la noche anterior.
—En fin, parece que quieres demostrarle a alguien que sabes cocinar.
—Cogí lo que había en el congelador del trabajo, eso es todo —contestó __________.
Pero no, no era cierto. La torre de fruta esmeradamente decorada no la había traído del trabajo. Las manzanas, las peras y los plátanos eran perfectos. Los melocotones y las cerezas habían sido dispuestos con suma meticulosidad y un pájaro de plumas azules con una capa de cachemira miraba hacia abajo desde la percha que descansaba sobre un montículo de brillantes uvas verdes y púrpuras.
—__________, no tienes que demostrar que eres una triunfadora ni una buena madre. Yo sé que lo eres y tú también lo sabes. Y como tú y yo somos los únicos adultos de los alrededores que cuentan, ¿por qué te molestas en impresionar a un jugador de hockey cabezota?
__________ miró el pato de cristal que había colocado al lado de los canapés.
—Le dije a Tom que trajera a un amigo, así que no creo que venga solo. Y no estoy tratando de impresionarle. En serio, no me importa lo que piense.

Mae no discutió. Cogió un montón de vasos de plástico transparente y los colocó en la mesa junto al té helado. Fuera o no su intención, __________ estaba intentando impresionar al hombre que se había deshecho de ella en el Sea-Tac siete años antes. Mae entendía la necesidad que sentía __________ de demostrar que había tenido éxito en la vida. Aunque pensaba que los brownies que __________ había moldeado con forma de perros era ir demasiado lejos.
Y el aspecto de __________ también era demasiado perfecto para un día en el parque. Mae se preguntaba si estaría tratando de convencer a Tom Kaulitz de que era tan perfecta como June Cleaver. Tenía el pelo oscuro recogido a ambos lados de la cabeza con unas horquillas doradas. Unos aros dorados le brillaban en las orejas y el maquillaje era perfecto. El vestido verde esmeralda era del mismo color que sus ojos y el esmalte de las uñas de las manos era exacto al de las uñas de los pies. Se había quitado las sandalias y el sol arrancaba brillos al fino anillo de oro que llevaba en el tercer dedo del pie.
Estaba demasiado perfecta para ser una mujer a la que no le importaba impresionar al padre de su hija.
Al principio, cuando contrató a __________, Mae se había sentido inferior a ella, como un perro cruzado al lado de uno con pedigrí. Pero esa sensación no había durado demasiado. __________ no podía evitar ser una reina del glamour igual que Mae no podía evitar sentirse cómoda con sus camisetas y vaqueros. O con un pantalón corto y un top, como ese mismo día.
—¿Qué hora es? —preguntó __________ mientras se servía un vaso de té.
Mae miró el gran reloj de Mickey Mouse que llevaba en la muñeca.
—Las doce menos veinte.
—Quedan veinte minutos. Quizá tengamos suerte y no venga.
—¿Qué le has dicho a Lexie? —preguntó Mae, dejando caer unos cubitos de hielo en un vaso.
—Sólo le dije que a lo mejor venía Tom al picnic —__________ se llevó una mano a la frente y observó la carrera de Lexie con la cometa.
Mae cogió la jarra de té y se sirvió.
—¿Que a lo mejor venía al picnic?
__________ encogió los hombros.
—No quería darle demasiadas esperanzas. Y además, no estoy convencida de que Tom quiera formar parte de la vida de Lexie para siempre. No puedo quitarme de la cabeza la idea de que tarde o temprano se cansará de jugar a ser papá. Espero que ocurra lo antes posible, porque si la abandona después de que lo sepa todo se le romperá el corazón. Ya sabes lo protectora que soy y no dudes que una cosa así sacaría a la luz mi mal genio. Y naturalmente me sentiría obligada a tomar represalias.
Mae consideraba a __________ una de las mujeres más bondadosas que conocía a no ser que perdiera los estribos.
—¿Qué harías?
—Bueno, lo de poner termitas en su casa flotante es una idea que se me ha pasado por la cabeza.
Mae sacudió la cabeza. Era ferozmente leal tanto a la madre como a la hija y las consideraba de su propia familia.
—Demasiado suave.
—¿Atropellarle con el coche?
—Te vas acercando.
—¿Dispararle?
Mae sonrió, pero cambiaron de tema cuando Lexie se dirigió hacia ellas arrastrando la cometa. La niña cayó desgarbadamente a los pies de su madre, el dobladillo del vestido vaquero se le había subido hasta la braguita de Pocahontas. Y tenía hierba pegada a las sandalias blancas.
—Ya no puedo correr más —dijo sin aliento. Para variar, su cara estaba limpia de cosméticos.
—Lo has hecho muy bien, cariño —la elogió __________—. ¿Quieres un zumo?
—No. ¿Por qué no vienes conmigo para ayudarme a volar la cometa?
—Ya hemos hablado de eso. Sabes que no puedo correr.
—Lo sé —suspiró Lexie, y se incorporó—. Se te mueven los pechos y eso te duele. —Se caló bruscamente el sombrero en la cabeza y miró a Mae—. ¿Por qué no me ayudas tú?
—Lo haría, pero no llevo sujetador.
—¿Por qué? —quiso saber Lexie—. Mi mamá lo lleva.
—Bueno, tu mamá lo necesita, pero la tía Mae no. —Estudió a la niña un breve momento, luego preguntó—: ¿Dónde está todo el mejunje que llevas normalmente en la cara?
Lexie puso los ojos en blanco.
—No es mejunje. Es maquillaje, y mamá me ha prometido un gatito de peluche si no lo llevaba hoy.
—Yo te dije hace tiempo que incluso te compraría un gatito de verdad si no lo llevabas nunca más. Eres demasiado pequeña para ser esclava de Max Factor.
—Mamá dice que no puedo tené ni gatito, ni perro, ni nada.
—Es cierto —dijo __________ y miró a Mae—. Lexie no es lo suficientemente mayor para hacerse responsable de una mascota y no quiero tener que hacerlo yo. Dejemos el tema antes de que Lexie empiece de nuevo con él. —__________ hizo una pausa, luego dijo en un susurro—: Creo que puede llegar a obsesionarse como con... bueno, ya sabes.
Sí, Mae lo sabía y creía que __________ actuaba bien al no decirlo en voz alta, recordándoselo a Lexie. Durante los últimos seis meses, Lexie le había estado dando la lata a __________ para que le diera un hermanito o hermanita. Y había vuelto loco a todo el mundo, y Mae no quería que le calentara más las orejas con el tema de los bebés. La niña ya estaba bastante obsesionada con poseer una mascota y era una hipocondríaca certificada desde que nació, lo cual era cien por cien culpa de __________ que desde siempre había puesto el grito en el cielo con cada uno de sus arañazos.

Mae cogió el té y lo tenía a medio camino de los labios cuando lo volvió a bajar. Dos hombres muy grandes y atléticos caminaban hacia ellas. Reconoció al que llevaba una camisa sin cuello blanca dentro de los vaqueros descoloridos como a Tom Kaulitz. No reconoció al otro hombre, que era ligeramente más bajo y menos corpulento.
Los hombres grandes y fuertes siempre habían intimidado a Mae y no sólo por su metro cincuenta y cinco y su poco peso. El estómago le dio un vuelco y pensó que si ella estaba nerviosa, __________ estaría próxima al infarto. Miró a su amiga y vio que los miraba alterada.
—Lexie, levántate y límpiate la hierba del vestido —dijo __________ con lentitud. Le temblaba la mano cuando ayudó a su hija a ponerse de pie.
Mae había visto a __________ perturbada, pero nunca tanto como hasta ahora.
—¿Estás bien? —susurró.
__________ asintió con la cabeza y Mae observó cómo componía una sonrisa y se metía de lleno en el papel de anfitriona.
—Hola, Tom—dijo __________ cuando los dos hombres se acercaron—. Espero que no tuvieses problemas para encontrarnos.
—No —contestó él, deteniéndose justo delante de ellas—. Ninguno. —Tenía los ojos ocultos por unas caras gafas de sol y los labios apretados en una línea. Durante unos embarazosos segundos, sólo se quedaron mirándose el uno al otro. Luego __________ centró la atención en el otro hombre, al que Mae le echaba un metro ochenta y cinco—. Debes de ser el amigo de Tom.
—Hugh «Cavernícola» Miner —sonrió y le tendió la mano.

Mientras __________ le estrechaba la mano, Mae estudió a Hugh. Con un vistazo superficial decidió que su sonrisa era demasiado agradable para un hombre con esos ojos de un intenso color avellana. Era demasiado grande, demasiado guapo y su cuello era demasiado grueso. No le gustó.
—Me alegro de que pudieras reunirte hoy con nosotros —dijo __________ al soltar la mano de Hugh, luego presentó los dos hombres a Mae.
Tom y Hugh la saludaron al mismo tiempo. Mae, que no era tan buena ocultando sus sentimientos como __________, intentó sonreír. Pero no consiguió más que un ligero tirón del labio.
—Éste es el señor Miner y ya recuerdas al señor Kaulitz, ¿no es cierto, Lexie? —inquirió __________, continuando con las presentaciones.
—Sí. Hola.
—Hola, Lexie. ¿Cómo estás? —preguntó Tom.
—Pues —empezó Lexie con un suspiro melodramático—, ayer me lastimé el dedo del pie en el porche delantero de casa y me golpeé el codo muy fuerte con la mesa, pero ahora estoy mejor.

Tom se metió las manos en los bolsillos delanteros de los vaqueros. Miró a Lexie y se preguntó qué le decían los padres a las niñas que se lastimaban los dedos y se golpeaban los codos.
—Me alegra oír que estás mejor —fue todo lo que se le ocurrió decir. No podía pensar en nada más y se la quedó mirando. Se dio el gusto de observarla como había querido hacer desde que supo que era su hija. Le examinó la cara, sin lápiz de labios ni sombra de ojos era como si en realidad la viera por primera vez. Vio las diminutas pecas color café que le salpicaban la pequeña nariz recta. Tenía la piel tan suave como la crema y los mofletes rosados como si hubiera estado corriendo. Los labios eran carnosos como los de __________, pero sus ojos eran como los de él, con las mismas pestañas negras que había heredado de su madre.
—Teno una cometa —dijo ella.
Los rizos oscuros le caían desde el sombrero vaquero con un gran girasol.
—¿Sí? Qué bien —dijo, preguntándose de qué demonios podía hablar con ella. Estaba con niños a menudo. Bastantes jugadores del equipo llevaban a sus hijos a los entrenamientos y nunca había tenido problemas para hablar con ellos. Pero por alguna razón ahora no podía pensar en nada de qué hablar con su hija.
—Bien, hace un día precioso para un picnic —dijo __________ y Lexie se volvió hacia ella—. Hemos traído un pequeño almuerzo. Espero que los chicos tengan hambre.
—Yo estoy hambriento —confesó Hugh.
—¿Y tú, Tom?

Cuando Lexie caminó hacia su madre, Tom notó las manchas de la hierba en la parte trasera del vestido vaquero.
—¿Yo qué? —preguntó, levantando la vista.
__________ se colocó al otro lado de la mesa y lo miró.
—¿Tienes hambre?
—No.
—¿Quieres un vaso de té helado?
—No. No quiero té.
—Bien —dijo __________ con una sonrisa vacilante—. Lexie, ¿le das un plato a Mae y otro a Hugh mientras sirvo el té?
Era obvio que su respuesta había irritado a __________, pero no le importaba en absoluto. Sentía los mismos temblores que antes de los partidos. Lexie lo asustaba como un demonio, y no sabía por qué.
En su vida se había enfrentado a cientos de defensas de la NHL. Se había roto la muñeca y el tobillo, la clavícula dos veces, le habían dado cinco puntos en la ceja izquierda, seis en la cabeza y catorce en el interior de la boca. Y ésas eran sólo las lesiones que podía recordar en ese momento. Después de recuperarse de cada una de ellas había agarrado el stick y había patinado de vuelta al hielo, sin miedo.
—Señor «Muro», ¿le gustaría tomar un zumo? —preguntó Lexie mientras se subía al banco.


Capítulo 27
Él miró la parte de atrás de las rodillas y las flacas piernas mientras sentía cómo si alguien le hubiera dado un codazo en la barriga.
—¿De qué es el zumo?
—Frambuesa o fresa.
—Frambuesa —contestó. Y Lexie se bajó de un salto y corrió alrededor de la mesa hacia la nevera.?
—Oye, «Muro», deberías probar estos rollitos de salmón —aconsejó Hugh, llenándose la boca mientras se colocaba frente a Tom y al lado de __________.
—Me alegro de que te gusten. —__________ se giró hacia Hugh y sonrió, pero no con la sonrisa falsa que le había dirigido a Tom—. No estaba segura de haber cortado las rodajas de salmón lo suficientemente finas. Ah, y espera a probar las costillitas. La salsa está para morirse. —Miró a su amiga que permanecía al otro lado de la mesa—. ¿No crees, Mae?
La pequeña rubia se encogió de hombros con acritud.
—Claro.
Los ojos de __________ se agrandaron mientras clavaba la mirada en su amiga. Luego se volvió a Hugh.
—¿Por qué no pruebas el paté mientras trincho un poco de pollo? —No esperó la respuesta y cogió un cuchillo grande—. Mientras tanto, ¿por qué no observas la mesa? Si te fijas, verás una variada colección de animalitos vestidos para el picnic.

Tom cruzó los brazos sobre el pecho y clavó los ojos en un Chia Pig que llevaba gafas de sol y bufanda. Un extraño cosquilleo le bajó por la nuca.
—Lexie y yo pensamos que hoy sería la ocasión perfecta para que exhibiera la colección de verano de alta costura para animalitos.
—Ah, ya lo pillo —dijo Mae, cogiendo un pastel del cangrejo.
—¿Alta costura para animalitos? —Hugh sonaba tan incrédulo como se sentía Tom.
—Sí. A Lexie le gusta hacer ropa para todos los animales de cristal y porcelana que tenemos en casa. Sé que puede sonar raro —__________ continuó hablando al tiempo que cortaba las lonchas—, pero lo hace con interés. La bisabuela Chandler, por parte materna, diseñaba ropa para pollos. Siendo del norte, quizá no sepáis nada de eso, pero un pollo es una gallina joven. No suelen llegar a adultos... —Hizo una pausa y levantó el cuchillo a quince centímetros de su garganta e hizo el gesto de cortar—. Bueno, ya me entendéis. —Encogió los hombros y bajó el cuchillo otra vez—. Y se la hacía a las gallinas porque no hace falta decir que vestir a los gallos era desperdiciar tiempo y talento siendo como son tan temperamentales. De cualquier modo, la bisabuela solía hacer algunas capas con capuchas a juego para los pollos de la familia. Lexie ha heredado el ojo de la bisabuela para la moda y continúa una tradición familiar avalada por el tiempo.
—¿Estás hablando en serio? —preguntó Hugh mientras __________ echaba las lonchas de pollo encima del plato.
Ella levantó la mano derecha.
—Te lo juro.
Algo se disparó dentro de la cabeza de Tom y sintió que lo envolvía una sensación de déjá vu.
—Oh, Dios mío.
__________ lo miró por encima de la mesa y él la vio tal como era hacía siete años, una bella joven que había divagado sobre gelatina O'Jell y bautistas que se lavaban los pies. Miró los rompedores ojos verdes y esa boca excitante. Recordó aquel cuerpo de infarto con la bata de seda negra. Lo había vuelto loco con aquellas miradas insinuantes y una voz tan dulce como la miel. Y, aunque odiaba admitirlo, no era inmune a ella.
—Señor «Muro».
Tom sintió un tirón en la cinturilla de los pantalones y miró hacia abajo, a Lexie.
—Aquí tiene su zumo, señor «Muro».
—Gracias —le dijo y tomó la pequeña caja de cartón azul de su mano.
—Ya le puse la pajita.
—Sí, ya veo. —Se llevó el zumo a la boca y sorbió el jugo por la pajita.
—Está bueno, ¿verdad?
—Mmm —dijo, intentando no hacer una mueca.
—Yo también bebo así.
Ella cogió rápidamente una servilleta de papel para él y Tom se la cogió con la mano libre. Estaba doblada con una forma que no reconoció.
—Es un conejo.
—Sí. Ya lo veo —mintió.
—Teno una cometa.
—¿Sí?
—Sí, pero no puedo volarla. Mi mamá lleva sujetador pero no puede correr. —Meneó la cabeza con tristeza—. Y Mae no puede correr porque no lleva puesto el sujetador.

El silencio cayó sobre la mesa de picnic como una cortina pesada. Tom levantó la mirada a las dos mujeres del otro lado de la mesa. Ambas estaban paralizadas. Mae sostenía una aceituna negra a medio camino de la boca, mientras, __________ sujetaba el cuchillo en el aire con el trozo de pollo a medio cortar. Tenía los ojos enormes y un brillante rubor le teñía las mejillas.
Tom tosió en su servilleta-conejo intentando disimular la risa, pero nadie dijo una sola palabra.
Menos Hugh. Él se inclinó hacia adelante, miró a __________ y luego a su pequeña amiga.
—¿Es eso cierto, corazón? —le preguntó con una gran sonrisa.
Ambas mujeres bajaron las manos al mismo tiempo. __________ siguió cortando con rigidez mientras Mae miraba a Hugh con el ceño fruncido.

Hugh o no vio el ceño de Mae o no quiso verlo. Tom, que conocía a su amigo bastante bien, apostaría por lo último.
—Siempre había tenido mis reservas sobre la liberación de la mujer —continuó—. Pero mira, he estado pensando en adherirme al movimiento NOW.
—Los hombres no pueden pertenecer a NOW —le informó Mae secamente.
—Ahí es donde te equivocas. Creo que Phil Donahue es miembro.
—Eso no es cierto —contravino Mae.
—Pues mira, si no lo es, debería serlo. Es más feminista que cualquier mujer que conozco.
—Dudo que reconocieras a una feminista aunque te mordiera el culo.
«Cavernícola» sonrió.
—Nunca me ha mordido el culo ninguna mujer, feminista o no. Pero me ofrezco voluntario si lo haces tú.
Cruzando los brazos, Mae dijo:
—Por tu falta de modales, el tamaño de tu cuello y el chichón de tu frente, es de suponer que juegas al hockey.
Hugh miró a Tom y se rió. Que le echaran mierda y que le resbalara era una de las cosas que más le gustaban a Tom de Hugh.
—«El chichón de mi frente». —Hugh se rió entre dientes volviendo a mirar a Mae—. Eso ha estado bien.
—¿Juegas al hockey?
—Sí. Soy el portero de los Chinooks. Y tú que haces, ¿entrenas pitbulls?
—¿Pepinillos? —__________ cogió el plato con el condimento y se lo tendió a Hugh—. ¡Los hice yo!
De nuevo Tom sintió un tirón en el cinturón.
—¿Sabe volar una cometa, señor «Muro»?
Él miró hacia abajo, a la cara levantada de Lexie. Tenía los ojos entornados por la luz del sol.
—Podría intentarlo.
Lexie sonrió y le apareció un hoyuelo en la mejilla derecha.
—Mami —gritó, girándose y corriendo a toda prisa al otro lado de la mesa—. ¡El señor «Muro» volará la cometa conmigo!
La mirada de __________ se volvió hacia él.
—No tienes por qué hacerlo, Tom.
—Quiero hacerlo —y colocó el zumo sobre la mesa.
Dejando sobre la mesa el plato de los pepinillos, __________ dijo:
—Iré con Ustedes.
—No. —Necesitaba y quería pasar un tiempo a solas con su hija—. Lexie y yo podremos arreglarnos solos.
—Pero no creo que sea una buena idea.
—Pues créetelo.
Con rapidez miró por encima del hombro a Lexie que estaba arrodillada desenredando la cuerda de la cometa. Agarró a Tom del brazo y lo alejó varios metros.
—Bueno, pero no demasiado lejos —dijo, deteniéndose delante de él. Se puso de puntillas y miró por encima del hombro de Tom hacia los demás.

Le susurró algo acerca de Lexie, pero en realidad no la estaba escuchando. Estaba tan cerca que podía oler su perfume. Bajó la mirada a los delgados dedos posados sobre su bíceps. Lo único que separaba esos pechos plenos de su tórax era un escaso centímetro.
—¿Qué quieres? —le preguntó, levantando la mirada del brazo al pequeño hueco de su garganta. Ella era todavía una coqueta.
—Lo que te he dicho. —Bajó la mano y se dejó caer sobre los talones.
—Por qué no me lo repites, pero manteniendo tus senos fuera de la conversación.
Una arruga apareció entre sus cejas.
—¿Mis qué? ¿De qué estás hablando?
Parecía realmente perpleja, Tom casi se tragó aquella expresión inocente. Casi.
—Si quieres hablar, no me distraigas con tu cuerpo. A menos que, claro esté, quieras que acepte la invitación.
Ella negó con la cabeza, disgustada.
—Estás enfermo, Tom Kaulitz. Si puedes apartar los ojos del escote de mi vestido y la mente de la bragueta, tenemos algo más importante que discutir que esas absurdas fantasías tuyas.
Tom se balanceó sobre los talones y la miró a la cara. Él no estaba enfermo. Al menos eso creía. No estaba tan enfermo como algunos Hombres que conocía.
__________ ladeó la cabeza.
—Quiero que recuerdes lo que me prometiste.
—¿Qué promesa?
—No decir a Lexie que eres su padre. Se lo tengo que decir yo.
—Vale —dijo él, quitándose las gafas de sol bruscamente para meter media patilla en el bolsillo delantero de los vaqueros y dejar que le colgaran sobre la cadera—. Quiero recordarte que Lexie y yo vamos a conocernos. A solas. La llevo a volar la cometa y no lo haremos en diez minutos.
Ella se lo pensó un momento, luego dijo:
—Lexie es demasiado tímida. Me necesitará.
Tom dudaba que Lexie tuviera ni una pizca de timidez en todo su pequeño cuerpo.
—No digas estupideces, __________.
__________ entrecerró los ojos verdes.
—Pero no vayas donde no te pueda ver.
—Qué crees que voy a hacer, ¿secuestrarla?
—No —dijo ella, pero Tom sabía que ella no confiaba en él más de lo que él confiaba en ella y podía comprender lo que sentía.
—No iremos demasiado lejos. —Él se volvió hacia los demás. Le había contado a Hugh todo sobre __________ y Lexie, y sabía que podía contar con la discreción de su amigo—. ¿Estás lista, Lexie? —preguntó.
—Sí. —Estaba parada con la cometa en la mano. Luego los dos se dirigieron hacia un extenso espacio cubierto de hierba donde estaba la gente que lanzaban los Frisbees. Después de que Lexie enredara los pies en la cola de la cometa por segunda vez, Tom se la cogió. La coronilla de la niña apenas le llegaba a la cintura y se sintió enorme al andar a su lado. Por segunda vez ese día no supo qué decir y apenas abrió la boca. Pero en ese momento tampoco necesitaba hablar.
—El año pasado, cuando era pequeña y estaba en la guardería... —Su hija empezó a hablar, y procedió a nombrarle cada niño de su clase, a contarle si poseían o no una mascota y a describir de qué raza eran.
»Y tene tres perros. —Sostuvo en alto tres dedos—. Y eso no es justo.
Tom miró por encima del hombro, calculó que habían caminado unos cien metros y se detuvo.
—Creo que éste es un buen sitio.
—¿Tene perro?
—No. No tengo perro. —Él le cogió el carrete de la cometa y empezó a soltar cuerda.
Ella meneó la cabeza con tristeza.
—Yo tampoco teno, pero quiero un dálmata —dijo, sujetando cada lado del mango—. Uno grande con montones de lunares.
—Mantén la cuerda tirante. —Sujetó la cometa rosa por encima de la cabeza y sintió el tirón suave de la brisa.
—¿No teno que correr?
—No, hoy no. —Él movió la cometa a la izquierda y el viento la arrastró con más fuerza—. Ahora camina hacia atrás, pero no sueltes la cuerda hasta que te diga. —Ella asintió con la cabeza y parecía tan seria que casi se rió.
Después de diez intentos, la cometa se levantó unos seis metros en el aire.
—Ayúdeme. —Ella estaba asustada y levantaba la cara hacia el cielo—. Se va a caer otra vez.
—Esta vez no —le aseguró mientras iba hacia ella—. Y si lo hace, la volveremos a izar.
Ella sacudió la cabeza y se le cayó el sombrero vaquero al suelo.
—Se volverá a caer. Lo sé. ¡Cójala! —Le pasó con brusquedad el carrete.
Tom se arrodilló sobre una pierna a su lado.
—Puedes hacerlo —le dijo, y cuando ella se recostó contra su pecho, él sintió que el corazón se le detenía unos momentos—. Tienes que ir soltando la cuerda lentamente. —Tom se quedó mirando su cara mientras ella miraba cómo la cometa se elevaba más alto. Su expresión pasó rápidamente del temor al deleite.
—Lo hice —susurró ella y lo miró por encima del hombro.
Su aliento suave le rozó la mejilla y se le metió rápidamente en lo más profundo del alma. Un momento antes se le había detenido el corazón. Ahora se le hinchó. Sintió como si un globo se le estuviera inflando bajo el esternón haciéndose cada vez más grande, y tuvo que apartar la mirada. Miró a otras personas volando cometas a su alrededor. Miró a los padres, a las madres y a los niños. Familias. De nuevo era padre. «Pero ¿por cuánto tiempo esta vez?», era la cínica pregunta que le hacía el subconsciente.

BONITO CAPITULO NO?? PADRE E HIJA JUNTOS *-* ... BUENO YA SABEN 3 O MAS Y AGREGO MAÑANA SINO NO ... ADIOS Y QUE ESTEN BIEN :))

miércoles, 18 de febrero de 2015

.- simplemente irresistible .- 24 y 25

Capítulo 24
Cuando músculo, hueso y obstinada determinación colisionaron y los palos de hockey golpearon el hielo, el rugido de miles de frenéticos aficionados llenó el salón de Tom. En la televisión panorámica, Pavel «Torpedo ruso» Bure golpeó al defensa Jay Wells en la cara tirando al gran jugador de Nueva York al hielo.
—Demonios, ese Bure es una pasada. —Una sonrisa de admiración curvó los labios de Tom cuando se dirigió a sus tres invitados: Hugh «Cavernícola» Miner, Dmitri «Tronco» Ulanov y Claude «Enterrador» Dupre.

Sus tres compañeros de equipo se habían dejado caer en la casa flotante de Tom para ver el partido de los Dodgers contra los Atlanta Braves en su enorme televisión. Sólo habían visto dos juegos antes de asentir colectivamente diciendo:
—¡Y ganan más dinero que nosotros haciendo lo mismo! —y entonces habían metido el vídeo de la Copa Stanley de 1994 en el reproductor.
—¿Viste las orejas de Bure? —preguntó Hugh—. En verdad tiene las orejas grandes.
Mientras la sangre de Jay Wells le corría por la nariz rota, Pavel, con los hombros caídos, salía de la pista de patinaje, expulsado por juego sucio.
—Y patina como una niña —agregó Claude con su suave acento francocanadiense—. Pero no es tan penoso como Jagr que es marica perdido.
Dmitri entrecerró los ojos delante del televisor mientras su compatriota, Pavel Bure, era escoltado al vestuario.
—¿Jaromir Jagr es marica? —preguntó, refiriéndose al lateral estrella de los Pittsburgh Penguin.
Hugh sacudió la cabeza al tiempo que esbozaba una amplia sonrisa, luego hizo una pausa y miró a Tom.
—¿Qué opinas tú, «Muro»?
—No, Jagr golpea demasiado fuerte para ser marica —contestó con indiferencia—. Sólo lo parece.
—Ya, pero lleva puestas todas esas cadenas de oro al cuello —sostuvo Hugh, que tenía fama de decir disparates para llamar la atención—. Puede ser que Jagr sea marica o fan de Mr. T.
Dmitri se dio por aludido y señaló los tres collares de oro que llevaba al cuello.
—Esto no quiere decir que se sea marica.
—¿Quién es Mr. T? —quiso saber Claude.
—¿No viste nunca El equipo A en la tele? Mr. T es el negro grandote con cresta mohawk y todas esas joyas de oro —explicó Hugh—. George Peppard y él trabajaban para el gobierno haciendo explotar cosas.
—Llevar cadenas no significa que uno sea marica —insistió Dmitri.
—Tal vez no —concedió Hugh—. Pero sé de buena tinta que llevar tantas cadenas tiene que ver con el tamaño del pene de un tío.
—Chorradas —se mofó Dmitri.
Tom se rió entre dientes y estiró el brazo sobre el respaldo del sofá beige de cuero.
—¿Y tú como lo sabes, Hugh? ¿Has mirado a escondidas?

Hugh se levantó en toda su altura y apuntó con la lata de Coca Cola vacía a Tom. Entornó los ojos mientras curvaba los labios en una sonrisa. Tom conocía esa expresión. La había visto centenares de veces antes de que «Cavernícola» saliera a aniquilar y patear literalmente las vísceras de cualquier jugador contrario que le desafiara patinando demasiado cerca de la línea de gol de su portería.
—Me he duchado con tíos toda mi vida y no tengo que mirar a hurtadillas para saber que los tíos que cargan con tanto oro están compensando la falta de pene.
Claude se rió y Dmitri negó con la cabeza.
—No es verdad —dijo.
—Sí que lo es, «Tronco» —le aseguró Hugh, caminando hacia la cocina—. En Rusia llevar kilos de cadenas de oro puede significar que eres un machote, pero ahora estás en América y no puedes pasearte por ahí haciendo ver que tienes un pene pequeño. Tienes que aprender estas cosas para no tener que avergonzarte luego.
—O si quieres tener citas con mujeres americanas —añadió Tom.

Sonó el timbre de la puerta cuando Hugh pasaba por la entrada.
—¿Quieres que abra? —preguntó.
—Claro. Probablemente sea Heisler —contestó Tom, refiriéndose a la más reciente adquisición de los Chenooks—. Dijo que a lo mejor se pasaba.
—Tom. —Dmitri atrajo su atención y se inclinó hacia delante sobre el borde de la silla de cuero—. ¿Es verdad? ¿Las mujeres americanas piensan que llevar muchas cadenas significa que tienes un pene pequeño?
Tom hizo un esfuerzo para no reírse.
—Sí, «Tronco». Va en serio. ¿Te cuesta tener citas?
Dmitri se quedó perplejo y se arrellanó en la silla otra vez
.
Sin poder aguantarse más, Tom estalló en carcajadas. Miró a Claude, quien también encontraba hilarante la confusión de Dmitri.
—Eh..., «Muro». No es Heisler.
Tom miró por encima del hombro, y su risa murió cuando vio a __________ parada en la entrada del salón.
—Si interrumpo algo, puedo venir más tarde —paseó la vista de un hombre a otro y dio varios pasos hacia atrás, hacia la puerta.
—No. —Tom se puso rápidamente en pie, sorprendido por su repentina aparición. Alcanzó el mando de la mesita de café y apagó el televisor—. No. No te vayas —dijo, lanzando el mando al sofá.
—Está claro que estás ocupado y que debería haber llamado. —Miró a Hugh parado a su lado, luego se volvió para mirar a Tom—. Bueno, en realidad llamé, pero no contestaste. Luego recordé que me dijiste que nunca contestabas al teléfono, así que aproveché la oportunidad y conduje hasta aquí, y... bueno, lo que quería decir era... —Movió la mano en el aire y aspiró profundamente—. Ya se que aparecer sin avisar es increíblemente grosero pero, ¿puedo robarte un minuto?

Era obvio que se sentía aturdida por ser el centro de atención de cuatro grandes jugadores de hockey. Tom casi sintió lástima por __________. Casi. Pero no podía olvidar lo que le había hecho.
—No hay ningún inconveniente —le dijo, rodeando el sofá y caminado hacia ella—. Podemos ir arriba al desván o salir a la cubierta de delante.
__________ miró a los demás hombres de la habitación otra vez.
—Creo que la cubierta sería lo más conveniente.
—Estupendo. —Tom le señaló una de las puertas correderas que había en la estancia—. Después de ti —le dijo y cuando ella pasó delante de él, la recorrió lentamente con la mirada. El vestido sin mangas que llevaba era rojo y estaba abotonado hasta la garganta, exponiendo sus hombros suaves y realzándole los pechos. El vestido le rozaba las rodillas y no era especialmente ajustado ni revelador. Pero aún así lograba reunir todos sus pecados favoritos en un estupendo paquete. 
Molesto porque no debería haber reparado en todo eso, desvió la mirada de sus rizos grandes y suaves que le llegaban hasta los hombros para mirar hacia Hugh. El portero clavó los ojos en __________ como si la conociera pero no pudiera recordar dónde la había visto. Y es que si bien Hugh algunas veces jugaba como si fuera tonto perdido, en realidad no lo era, y no tardaría en recordar que era la novia fugitiva de Virgil Duffy. Claude y Dmitri no jugaban en los Chinooks hacía siete años y no habían estado en la boda, pero seguramente habían oído toda la historia.
Tom se movió hacia las puertas correderas y al abrir se echó a un lado para dejar pasar a __________. Cuando salió, se volvió a la habitación.
— Están en su casa —dijo a sus compañeros de equipo.
Claude siguió con la mirada a __________ esbozando una sonrisa torcida.
—Tómate el tiempo que quieras —dijo.
Dmitri no dijo nada; no era necesario que lo hiciera. La ausencia de las cadenas de oro decía muchas más cosas que su tonta sonrisa.
—No tardaré demasiado —dijo Tom con el ceño fruncido, luego salió fuera y cerró la puerta.

Una ligera brisa hacía ondear la bandera azul y verde con una ballena que colgaba desde uno de los balcones mientras las olas mecían suavemente los siete metros y medio de eslora del barco de Tom. Hacía una tarde brillante y el sol se reflejaba tenuemente en las olas. Un velero surcaba pacíficamente el agua. Las personas del barco saludaron a gritos a Tom y él les devolvió el saludo con la mano automáticamente, pero su atención estaba centrada en la mujer que permanecía de pie cerca del borde de la cubierta con una mano levantada sobre la frente, contemplando el lago.
—¿Eso es Gas Works Park? —preguntó ella, señalando un punto de la costa de enfrente.
__________ estaba tan bella y seductora que tuvo la maliciosa idea de tirarla al agua.
—¿Viniste a ver qué vista tenía del lago?
Ella dejó caer la mano y lo miró por encima del hombro.
—No —contestó, volviéndose hacia él—. Quería hablar contigo sobre Lexie.
—Siéntate —señaló un par de sillas Adirondack. Cuando ella se sentó, él giró la suya para quedar frente a ella.
Con los pies separados y las manos en los reposabrazos Tom esperó que comenzase.
—La verdad es que te estuve llamando. —Lo miró brevemente, luego le deslizó la mirada por el pecho—. Pero saltaba el contestador y no quise dejar un mensaje. Lo que quiero decir es demasiado personal e importante para dejarlo en un contestador automático y no quería esperar que volvieras del viaje para hablar contigo. Así que, aún corriendo el riesgo de que no estuvieras en casa, conduje hasta aquí. —Volvió a mirarlo otra vez y luego desvió la mirada a las puertas correderas—. En realidad, lamentaría interrumpir algo importante.
En ese momento Tom no podía pensar que hubiera nada más importante que lo que __________ tenía que decirle. Porque le gustara o no lo que tenía que decirle, tendría grandes repercusiones en su vida.
—No estás interrumpiendo nada.
—Bien. —Finalmente ella lo miró con una leve sonrisa en los labios—. ¿Y supongo que no reconsiderarías la idea de salir de mi vida y de la de Lexie?
—No —contestó él rotundamente.
—No creí que fueras a hacerlo.
—Entonces ¿por qué estás aquí?
—Porque quiero lo mejor para mi hija.
—Entonces queremos lo mismo. Aunque no sé si coincidiremos exactamente en qué es lo mejor para Lexie.

__________ bajó la vista al regazo y aspiró profundamente. Estaba nerviosa, tan nerviosa como un gato mirando la mandíbula de un doberman. Esperaba que Tom no hubiera notado su ansiedad. Necesitaba controlar no sólo sus emociones sino la situación. No podía permitir que Tom y sus abogados controlaran su vida o decidieran lo que era más conveniente para Lexie. No podía dejar que las cosas llegaran hasta ahí. Era __________, no Tom, la que iba a dictar los términos del acuerdo.
—Esta mañana mencionaste que pensabas hablar con un abogado —comenzó, y deslizó la mirada sobre la camiseta Nike de Tom, por el fuerte mentón oscurecido por la sombra de la barba, y por esos ojos Marrones—. Creo que podemos llegar a un acuerdo razonable sin que tengamos que meter a los abogados de por medio. Una batalla en el juzgado afectaría mucho a Lexie y no es eso lo que quiero. No quiero que haya abogados involucrados.
—Entonces dame una alternativa.
—De acuerdo —dijo __________ lentamente—. Creo que Lexie debería llegar a conocerte como un amigo cercano.
Él arqueó una ceja.
—¿Y qué más?
—Y tú puedes llegar a conocerla también.
Tom la miró durante varios segundos antes de preguntar:
—¿Eso es todo? ¿Ése es tu «acuerdo razonable»?
__________ no quería hacer esto. No quería decirlo y odiaba que Tom la estuviera forzando.
—Cuando Lexie te conozca bien y esté cómoda contigo, y cuando yo crea que es el momento adecuado, le diré que eres su padre —«y mi hija me odiará por haberle mentido», pensó ella.
Tom ladeó la cabeza. No parecía demasiado contento con su proposición.
—¿Entonces —dijo— se supone que tengo que esperar hasta que «tú» creas que es el momento adecuado para contarle a Lexie quién soy yo?
—Sí.
—Dime por qué debo esperar, __________., dime por qué debería esperar.
—Va a ser una gran impresión para ella y creo que debería hacerse tan suavemente como sea posible. Mi hija sólo tiene seis años y estoy segura de que con una batalla legal sólo conseguiríamos lastimarla y confundirla. No quiero hacer daño a mi hija pasando por un tribunal...
—Ante todo —la interrumpió Tom—, la niña a la que te refirieres como «tu hija» es de hecho tan hija mía como tuya. Segundo, yo no soy aquí el chico malo. No habría mencionado a los abogados si tú no me hubieses dejado muy claro que no me ibas a dejar ver a Lexie de nuevo.
__________ sintió el resentimiento que destilaba su voz y aspiró profundamente.
—Vale, pues he cambiado de idea. —No se podía permitir discutir con él, aún no. No hasta que obtuviera lo que quería.
Tom se repantigó en la silla y se metió los pulgares en los bolsillos delanteros de los vaqueros. Entrecerró los ojos y la desconfianza que sentía se le notó claramente en la boca.
—¿No me crees?
—Francamente, no.
Mientras esa tarde iba hacia allí en el coche, había imaginado varios «si él dice eso, entonces yo diré esto» y tenía todos los contraargumentos preparados en su mente, pero nunca había imaginado que no la creería.
—¿No confías en mí?
La miró como si estuviera c
hiflada.

Capítulo 25

—En absoluto.
__________ creyó que estaban a la par, porque tampoco ella confiaba en él.
—Estupendo. Pero no tenemos por qué confiar el uno en el otro sino en que ambos deseamos lo mejor para Lexie.
—No quiero lastimarla, pero como te dije antes no creo que estemos de acuerdo en qué es lo mejor para ella. Estoy seguro de que saltarías de alegría si me muero mañana, pero eso no sucederá. Quiero llegar a conocer a Lexie y quiero que ella me conozca. Si crees que deberíamos esperar para decirle que soy su padre, entonces bueno, esperaré. Tú la conoces mejor que nadie.
—Tengo que ser yo quien se lo diga, Tom. —Esperaba una discusión y le sorprendió que no la hubiera.
—De acuerdo.
—Tienes que prometérmelo —insistió ella porque no sabía si él se cansaría en unos meses y las dejaría plantadas, no sabía si cambiaría de idea, si se arrepentiría de ser papá. Si abandonaba a Lexie después de que supiera que era su padre le rompería el corazón. Y __________ sabía que experimentar el dolor del abandono de un padre era peor que no conocerlo—. Le tengo que decir yo la verdad.
—Creía que no confiábamos el uno en el otro. ¿Creerías en mi palabra?
En eso tenía razón. __________ pensó en ello un momento y, al no encontrar otra alternativa, le dijo:
—Confiaré en ti si me das tu palabra.
—La tienes, pero espero que no pienses que voy a tener demasiada paciencia. Ni se te ocurra darme largas —le advirtió—. Quiero verla cuando vuelva a la ciudad.
—Ésa es la otra razón por la que vine aquí esta noche —dijo __________, levantándose de la silla—. El próximo domingo Lexie y yo pensamos hacer un picnic en Marymoor Park. Puedes venir con nosotras si no tienes otros planes.
—¿A qué hora?
—Temprano.
—¿Qué llevo?
—Lexie y yo llevaremos todo menos la bebida. Si quieres cerveza, tendrás que traerla, aunque preferiría que no lo hicieras.
—Bueno, eso no será un problema —dijo, levantándose también.
__________ lo observó un poco sorprendida como siempre por su altura y la anchura de sus hombros.
—Iré con una amiga, así que también puedes traer a uno de tus amigos. —Luego sonrió dulcemente, y añadió—. Aunque preferiría que tu amigo no fuera una groupie del hockey.
Tom cambió su peso de pie y la miró ceñudo.
—Eso tampoco será un problema.
—Genial. —Ella echó a andar, pero se detuvo y se volvió para mirarlo—. Y, además, tenemos que fingir que nos gustamos.
Él clavó la mirada en ella, entrecerró los ojos y su boca se transformó en una línea recta.
—Bueno, eso —dijo secamente—, sí que será un problema.

****

__________ colocó la sábana con motivos florares alrededor de los hombros de Lexie mirando sus ojos somnolientos. El pelo oscuro de Lexie estaba esparcido sobre la almohada y tenía las mejillas pálidas por el cansancio. Cuando era bebé, __________ siempre había creído que era como un juguete de cuerda. Un momento estaba gateando por el suelo y al siguiente se tumbaba y se quedaba dormida en mitad de la cocina. Aún ahora cuando Lexie estaba cansada, se dormía rápidamente, lo que era una bendición para __________.
—Mañana haremos nuestro té después de ver Hospital General —le dijo. Había pasado una semana desde la última vez que habían podido ver juntas un episodio de su telenovela favorita.
—De acuerdo —bostezó Lexie.
—Dame un beso —le pidió __________, y cuando Lexie frunció los labios se inclinó para recibir el beso de buenas noches de su hija—. Estoy loca por ti —le dijo. Después se levantó.
—Yo también. ¿Vendrá Mae al té de mañana? —Lexie se puso de lado y restregó la cara contra la manta de los teleñecos que tenía desde que era un bebé.
—Se lo preguntaré. —__________ atravesó la estancia, pasó por encima de una caravana de Barbie y un montón de muñecas desnudas—. Esta habitación es un desastre —declaró al tropezar con un bastón con serpentinas púrpuras colgando del extremo. Miró por encima del hombro y vio que Lexie ya había cerrado los ojos. Pulsó el interruptor de la luz al lado de la puerta y salió al pasillo.
Antes de que __________ entrara en la salita, notó la impaciencia con que Mae la esperaba. Unas horas antes, cuando Mae había venido para cuidar a Lexie, __________ le había explicado brevemente la situación con Tom a su amiga y socia. Y mientras esperaban a que llegara la hora de acostar a Lexie, Mae había parecido a punto de estallar de impaciencia.
—¿Está dormida? —preguntó Mae en un susurro cuando __________ entró en la habitación.
__________ asintió con la cabeza y se sentó en el otro extremo del sofá donde estaba sentada Mae. Cogió un cojín bordado con flores blancas y sus iniciales y se lo colocó en el regazo.
—He estado pensando sobre todo esto —comenzó Mae—, y ahora, de repente, me encajan un montón de cosas.
—¿Qué cosas? —preguntó, pensando que con el nuevo corte de pelo, mucho más corto, Mae se parecía ligeramente a Meg Ryan.
—Sobre cuánto odiamos las dos a los deportistas. Sabes que yo los odio por cómo trataban a mi hermano. Y siempre supuse que a ti no te gustaban porque la mayoría son medio memos —dijo al tiempo que ahuecaba las palmas de las manos delante del pecho como si sujetara un par de melones—. Siempre pensé que te habías liado con un equipo de fútbol, o algo así de asqueroso, y que por eso nunca querías hablar de eso. —Dejó caer las manos en los muslos, desnudos bajo los vaqueros cortos—. Pero nunca me imaginé que el padre de Lexie fuera un jugador de hockey. Aunque ahora todo tiene sentido, porque la niña es mucho mejor deportista que tú.
—Sí, lo es —convino __________—. Pero eso no dice mucho.
—¿Te acuerdas cuando tenía cuatro años y le quitaste los ruedines de la bici?
—No se las quité yo, lo hiciste tú. —__________ miró los ojos castaños de Mae y recordó— Yo quería quitar sólo las del lado izquierdo, por si se caía.
—Lo sé, pero de todos modos, todas estaban dobladas hacia arriba y ninguna llegaba al suelo. No habrían servido para nada. —Mae descartó la preocupación de __________ con un gesto de la mano—. Recuerdo que pensé que Lexie debía haber heredado la coordinación de su papá, porque Dios sabe que no lo hizo de ti.
—Oye, eres una antipática —se quejó __________, pero en realidad no estaba ofendida; era la pura verdad.
—Pero ni de coña me hubiera imaginado que su padre era Tom Kaulitz. Dios mío, __________, ¡el hombre es un «jugador de hockey»! —Pronunció las últimas palabras con el mismo desdén horrorizado que usaría para asesinos en serie o vendedores de coches usados.
—Ya lo sé.
—¿Lo has visto jugar alguna vez?
—No. —Miró el cojín de su regazo y frunció el ceño—. Aunque he visto alguna vez los deportes en las noticias de la noche.
—¡Yo sí lo he visto jugar! ¿Te acuerdas de Don Rogers?
—Por supuesto —dijo, frotando una pequeña mancha del cojín—. Saliste con él durante unos meses el año pasado, pero lo dejaste porque pensabas que el afecto que le profesaba a su labrador resultaba preocupante. —Hizo una pausa y miró a Mae—. ¿Has dejado que Lexie comiera en la salita? Creo que esto de aquí es chocolate.
—Olvídate del cojín. —Mae suspiró y se pasó los dedos por su corto cabello rubio—. Ese tipo era un fanático de los Chinooks, así que fui a un partido con él. No podía creer lo fuerte que se golpeaban esos hombres y ninguno lo hacía más que Tom Kaulitz. Envió a un hombre por el aire de un golpe. Luego simplemente se encogió de hombros y patinó fuera de la pista.
__________ se preguntó a dónde quería llegar.
—¿Qué tiene que ver eso conmigo?
—¡Te acostaste con él! No me lo puedo creer. ¡No sólo es un jugador, es un imbécil!

En secreto __________ estuvo de acuerdo, pero se hizo la estirada.
—Fue hace mucho tiempo. Y además, quien esté libre de pecado, que tire la primera piedra, ¿no crees?
—¿Qué se supone que quieres decir?
—Quiero decir que cualquier mujer que se haya acostado con Bruce Nelson no tiene derecho a juzgar a nadie.
Mae cruzó los brazos y se hundió más en el sofá.
—No era tan malo —se quejó.
—¿En serio? Era el niño mimado de mamá y sólo saliste con él porque lo podías tratar mal, igual que al resto de los hombres con los que sales.
—Por lo menos yo tengo una vida sexual normal.
Habían tenido esa misma conversación muchas veces. Mae consideraba que la falta de sexo de __________ era algo enfermizo y __________ consideraba que Mae debería practicar y decir la palabra «no» más a menudo.
—Sabes, __________, la abstinencia no es normal y un día de éstos vas a explotar —predijo—. Y Bruce no era un mimado, era un encanto.
—¿Encanto? Tenía treinta y ocho años y aún vivía en casa de su madre. Me recordaba a mi primo tercero, Billy Earl de San Antonio. Billy Earl estuvo viviendo con su madre hasta que se murió, pero era tan retorcido como el que más. Robaba gafas por si llegaba a tener astigmatismo. Lo que, claro está, nunca pasó porque todos mis parientes tienen la vista perfecta. Mi abuela solía decir que debíamos rezar por él. Debíamos rezar para que nunca tuviera caries o las personas con dentadura postiza no estarían a salvo de Billy Earl.
Mae se rió.
—Te lo estás inventando.
__________ levantó la mano derecha.
—Es cierto, te lo juro. Billy Earl era así. —Volvió la mirada al cojín que tenía en el regazo y pasó los dedos sobre las flores blancas bordadas—. De cualquier manera, estaba claro que te gustaba Bruce o no te habrías acostado con él. Algunas veces nuestros corazones hacen la elección por nosotras.
—Oye. —Mae palmeó el respaldo del sofá con la mano para captar la atención de __________. Cuando levantó la vista, Mae le dijo—: No me gustaba Bruce. Sentía lástima por él y llevaba sin sexo mucho tiempo, y sí, lo reconozco, es una razón malísima para acostarse con un hombre. No la recomendaría. Si pareció que te estaba juzgando, lo siento. No quería hacerlo, te lo juro.
—Lo sé —dijo __________ suavemente.
—Bien. Ahora, dime. ¿Cómo conociste a Tom Kaulitz?
—¿Quieres la historia completa?
—Si.
—De acuerdo. ¿Recuerdas que cuando nos conocimos llevaba puesto un pequeño vestido rosa?
—Sí. Suponía que te ibas a casar con Virgil Duffy con ese vestido.
—Eso es. —Hacía años __________ le había contado a Mae todo lo referente a su boda con Virgil, pero se había saltado toda la parte de Tom. Ahora se la contó. Todo. Todo, excepto los detalles privados. Nunca había sido de ese tipo de personas que hablaba con franqueza y libertad sobre el sexo. Nunca se le hubiera ocurrido discutir de eso con su abuela y todo lo que sabía lo había aprendido en la clase de salud del colegio o de novios ineptos que tampoco sabían nada del tema ni se preocuparon de si ella disfrutaba o no.
Luego había conocido a Tom y le había enseñado cosas que no había pensado que fueran físicamente posibles hasta esa noche. La había hecho arder bajo sus manos y su boca hambrienta, devolviéndole todas las caricias cuando se lo pidió al oído. Él había conseguido que lo deseara y, desde ese momento, había hecho todo lo que le pidió y algunas cosas más.
Incluso ahora no quería pensar en esa noche. Ya no reconocía a la joven que había ofrecido su cuerpo y su amor tan fácilmente. Esa mujer ya no existía y no tenía ninguna razón para recuperarla.
Pasando por alto los detalles morbosos, le contó a Mae la conversación que había tenido con Tom esa mañana y el acuerdo al que habían llegado en su casa flotante.
—No sé cómo van a salir las cosas, sólo espero que Lexie no salga herida —concluyó, repentinamente agotada.
—¿Qué le vas a decir a Charles? —preguntó Mae.
—No lo sé —contestó, abrazándose al cojín y apoyando la cabeza contra el respaldo del sofá para mirar fijamente el techo—. Sólo he salido con él dos veces.
—¿Vas a volver a salir con él?
__________ pensó en el hombre con el que había salido el mes pasado. Lo había conocido cuando contrató los servicios Catering Heron para el décimo cumpleaños de su hija. La había llamado al día siguiente y habían quedado para cenar en Las Cuatro Estaciones. __________ sonrió.
—Espero que sí.
—Entonces lo mejor es que se lo digas.

Charles Monroe estaba divorciado y era el hombre más agradable con el que __________ había salido. Era propietario de una emisora de televisión por cable, tenía una posición económica desahogada y una sonrisa maravillosa que iluminaba sus ojos grises. No vestía demasiado bien. No era un chico GQ, y sus besos no la hacían arder. Era más bien una brisa cálida, agradable y relajante.
Charles nunca la acorralaba ni presionaba, le daba tiempo, y __________ creía que podía involucrarse en una relación más profunda con él. Le gustaba bastante y, lo más importante, Lexie ya lo había conocido y también le gustaba.
—Creo que se lo diré.
—Y yo creo que no le va a gustar la noticia —predijo Mae.
__________ giró la cabeza de golpe y miró a su amiga.
—¿Por qué?
—Porque aunque odio a los hombres violentos, Tom Kaulitz es un machote y Charles se morirá de celos. Podría llegar a pensar que todavía hay algo entre tú y ese jugador de hockey.

Si Charles se enfadaba con ella, sería sólo porque le había contado la historia que se había inventado sobre el padre de Lexie y no la verdad. No le preocupaba que se pusiera celoso.
—Charles no tiene de qué preocuparse —dijo con la seguridad de una mujer que daba por hecho que no había ni la más remota posibilidad de que pudiera liarse con Tom otra vez—. Además, aunque yo fuera tan tonta para creer que podría volver a tener algo con Tom, éste me odia. Ni siquiera soporta mirarme. —La idea de que ocurriera algo entre ella y Tom era tan absurda que ni siquiera malgastó el tiempo en pensarlo—. Le diré a Charles que iré el jueves a comer con él.


Cuando cuatro días después se encontró con Charles en un pequeño restaurante de la calle Madison, no surgió el momento de contárselo. Antes de que pudiera explicarle lo que sucedía con Tom, Charles le propuso algo que la dejó sin palabras.
—¿Qué opinas de presentar un programa en la tele local? —le preguntó entre emparedados de pastrami y ensalada de col—. Una especie de Martha Stewart del noroeste. Lo haríamos el sábado entre las doce y media y la una. Poco después del Garaje de Margie y antes del programa de deportes de la tarde. Tendrías libertad para hacer lo que quisieras. En unos programas podrías cocinar y en otros arreglar flores secas u ordenar la cocina.
—No puedo ponerme a ordenar la cocina —susurró, conmocionada de pies a cabeza.
—Era sólo una idea. Confío en ti. Tienes un talento natural y quedarías genial en la televisión.
__________ se llevó una mano al pecho, y le salió una voz chillona cuando contestó:
—¿Yo?
—Sí, tú. Cuando lo discutí con mi gerente, pensó que era una gran idea. —Charles le dirigió una sonrisa alentadora y ella casi se creyó que podría ponerse delante de una cámara de televisión y presentar un programa. La oferta de Charles atraía su faceta más creativa, pero se interpuso la realidad. __________ era disléxica. Había aprendido a compensarlo, pero si no se fijaba bien todavía leía mal. Y si estaba nerviosa, tenía que detenerse a pensar qué era correcto y qué no. Y además estaba lo de su peso. Sabía que una cámara añadía cinco kilos. Y claro, __________, que consideraba que ya tenía varios kilos de más, no quería imaginarse cómo quedaría con otros cinco, o sea que no podía aparecer en televisión leyendo palabras que no existían y pareciendo gorda. Y tenía que tener en cuenta a Lexie. __________ ya se sentía demasiado mal por la cantidad de tiempo que su hija pasaba con canguros.
Miró los ojos grises de Charles y dijo:
—No, gracias.
—¿Ni siquiera vas a considerar la idea?
—Acabo de hacerlo —dijo, cogiendo su tenedor y pinchando en la ensalada de col. No quería pensar más sobre eso. No quería pensar en las posibilidades ni en la oportunidad que estaba rechazando.
—¿Ni siquiera quieres saber cuánto te pagaré?
—No. —Hacienda se quedaría con la mitad y ella no sería más que una idiota gordita a la que sólo le quedaría la mitad de lo que le pagaban.
—¿Pensarás en ello un poco más?
Parecía tan decepcionado que le dijo:
—Lo pensaré. —Pero sabía que no cambiaría de idea.
Después del almuerzo la acompañó a su coche y una vez que llegaron al Hyundai oscuro, él cogió su llave y la metió en la cerradura.
—¿Cuándo nos volveremos a ver?
—Este fin de semana es imposible —dijo, sintiéndose un poco culpable por no haber mencionado a Tom—. ¿Por qué no venís de visita Amber y tú el martes por la noche y cenáis con Lexie y conmigo?
Charles la cogió de la muñeca y le dejó las llaves en la palma de la mano.
—Eso suena bien —y alzando la mano, le acarició el cuello—. Pero quiero verte a solas más a menudo —luego rozó sus labios con los de él y el beso fue como un descanso en un día ocupado. Un «ahh» relajante o un largo baño en un jacuzzi. ¿Qué importaba si sus besos no la volvían loca? No quería un hombre que la hiciera perder el control. No quería que las caricias de un hombre la convirtieran otra vez en una ninfómana delirante. Ya había pasado por eso y había salido escaldada.

Ella rozó su lengua con la suya y sintió su rápida inspiración. La mano de Charles se desplazó a su cintura y la apretó contra su pecho. La envolvió entre sus brazos. Él quería más. Si no hubieran estado en un parking en el centro de Seattle, le podría haber dado lo que le pedía.
Sentía cariño por Charles, y con el tiempo tal vez podría enamorarse de él. Habían pasado muchos años desde que había hecho el amor. Muchos años desde que había estado con un hombre. Cuando se apartó y miró los ojos graves de Charles, pensó que ya era hora de cambiar todo eso. Había llegado el momento de intentarlo de nuevo.


3 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... SINO NO ... ADIOS :))