domingo, 8 de marzo de 2015

.- simplemente irresistible .- 36 y 37

Capítulo 36
Cuando los tres regresaron a la casa, Tom insistió en hacer el almuerzo. Se sentaron a la mesa del comedor y comieron cóctel de camarones, macedonia y pan de pita relleno con ensalada de cangrejo. Mientras ayudaban a Tom a recoger, __________ no pudo evitar fisgar en una bolsa de comida que había en la esquina junto al contestador automático.
Debido a las cuatro horas que esa mañana había pasado en el coche con Lexie y a la ansiedad del viaje, __________ estaba exhausta. Buscó la cómoda tumbona de la terraza y se acurrucó con Lexie en su regazo. Tom se sentó en una silla a su lado y los tres se pusieron a mirar el océano, contentos con el mundo. No tenía que ir a ningún sitio ni hacer ninguna otra cosa. __________ saboreó la tranquilidad que los rodeaba, aunque no podía decir que el hombre que se sentaba a su lado fuera una compañía particularmente relajante. Tom poseía una presencia demasiado apabullante y, además, tenían un pasado común doloroso que intentaba por todos los medios no recordar, pero esa casa en la costa maquillaba muy bien los problemas que tenían en algunos momentos, sobre todo cuando él se empeñaba en enfrentarse a ella.

Los sonidos relajantes y la brisa suave y apacible sosegaron a __________ hasta dejarla dormida y cuando se despertó se encontró sola. Una manta hecha a mano le cubría las piernas. La apartó a un lado, se levantó y estiró los miembros. La brisa le traía las voces de la playa, se acercó hasta la barandilla y se apoyó sobre el borde. Tom y Lexie no estaban en la playa. Movió la mano y una astilla afilada se le clavó en la yema del dedo. Le dolía, pero tenía una preocupación más apremiante.
__________ no creía que Tom se llevara a Lexie a ningún sitio sin decírselo a ella primero. Pero, por otro lado, no era el tipo de hombre que pensara que necesitaba permiso. Bueno, si Tom se había largado con su hija, entonces __________ tenía todo el derecho a asesinarlo y que se considerara un homicidio justificado. Pero al final no tuvo que matarlo. Los encontró a los dos en el gimnasio.
Tom estaba sentado en una moderna bicicleta estática, pedaleando con un ritmo constante. Miraba a Lexie que estaba sentada en el suelo con las manos apoyadas detrás y su pequeño y sucio pie derecho descansando sobre la rodilla doblada.
—¿Por qué vas tan rápido? —preguntó Lexie.
—Hace que aumente mi resistencia —contestó por encima del suave zumbido de la rueda delantera. Él aún llevaba puesta la camiseta de color aceituna y durante un segundo eterno __________ se permitió contemplar a gusto las fuertes piernas disfrutando del placer de mirarle.
—¿Qué es la resistencia?
—Es el tiempo que aguanto. Lo que un hombre necesita para no quedarse sin fuerzas en el hielo y poder patear el culo a los jovencitos.
Lexie contuvo la respiración.
—Lo has hecho otra vez.
—¿El qué?
—Dijiste una palabrota.
—¿Lo hice?
—Sí.
—Lo siento. Tendré que esmerarme más.
—Eso es lo que dijiste la última vez —se quejó Lexie desde el suelo.
Él sonrió.
—Lo haré mejor, entrenadora.
Lexie guardó silencio por un momento antes de decir:
—¿Sabes qué?
—¿Qué?
—Mamá tiene una bicicleta como ésa —señaló en dirección a Tom—. Pero no la usa.
La bicicleta de __________ no era como la de Tom. No era tan cara, aunque Lexie estaba en lo cierto, no la usaba. De hecho, ni se había montado en ella.
—Oye —dijo, entrando en la habitación—, uso esa bicicleta todos los días. Es estupenda para colgar las camisas.
Lexie giró la cabeza y sonrió.
—Nos estamos entrenando. Yo fui primero y ahora es el turno de Tom.
Tom la miró. Los pedales de la bicicleta se detuvieron, pero la rueda siguió girando.
—Sí. Ya lo veo —dijo ella, deseando haberse cepillado el pelo antes de haberlos encontrado. Estaba segura de que daba miedo. Tom no habría estado de acuerdo con ella. La encontraba adorablemente desaliñada con las mejillas sonrojadas por el sueño. Su voz fue un poco más ronca de lo habitual.
—¿Cómo te ha sentado la siesta?
—No sabía que estaba tan cansada. —Se peinó el pelo con los dedos y sacudió la cabeza.
—Bueno, mantener el ritmo de las ocurrencias de esta pequeña mente puede ser agobiante —dijo Tom mientras se preguntaba si ella estaba haciendo a propósito esas cosas con su pelo.
—Mucho. —__________ se acercó a Lexie y le tendió la mano para ayudarla a ponerse de pie—. Vamos a ver si encontramos algo que hacer y dejamos que Tom termine.
—Ya acabé —dijo mientras se levantaba. Al hacerlo deslizó la mirada por sus pechos intentando no quedarse mirando su escote como si fuera un alumno de secundaria. No quería que lo atrapara mirando sin disimulo su cuerpo y pensara que era algún tipo de pervertido bastardo. Era la madre de su hija y, aunque no se lo hubiera dicho, sabía que ella no tenía una opinión demasiado elevada de él. Tal vez se merecía su baja opinión o puede que no—. En realidad, no pensaba hacer bici hoy, pero Lexie y yo nos estábamos aburriendo un poco mientras esperábamos a que te despertaras. Era el Centro de Belleza de Barbie o hacer algo de ejercicio en la bici.
—No te puedo imaginar jugando con las Barbies.
—Pues ya somos dos. —Tom tenía un problema con sus buenas intenciones: la parte superior del top que ella llevaba puesto minaba su voluntad. Era lo mismo que le pasaba a Superman con la kriptonita—. Lexie y yo hemos pensado en ir a cenar ostras.
—¿Ostras? —__________ centró la atención en Lexie—. No te gustarán las ostras.
—Claro que sí. Tom me dijo que sí me gustarían.

__________ no discutió, pero una hora más tarde, sentados en la marisquería, Lexie vio la foto de las ostras en el menú y arrugó la nariz.
—Son asquerosas —dijo. Cuando la camarera llegó a su mesa, Lexie le pidió un sándwich de queso con pan «fresco», patatas fritas en «plato aparte» y salsa de tomate «Heinz».
Luego la camarera centró su atención en __________ y Tom se acomodó para observar el poder del encanto sureño y de la espectacular sonrisa de __________.
—Ya sé que está muy ocupada, y sé por experiencia que su trabajo es muy ingrato y sumamente frenético, pero es obvio que tiene un buen corazón, así que espero que no le moleste que haga algunos pequeños cambios en el menú —comenzó; su voz exudaba compasión por la mujer y por su ingrato trabajo. Cuando acabó, había pedido salmón y salsa de patatas y cebolletas con mantequilla y limón, y eso último no estaba en el menú. Sustituyó las patatas por arroz, sin mantequilla, con sólo una pizca de sal y unas pocas cebolletas. Pidió el melón en un plato aparte porque el melón nunca se debía servir caliente. Tom medio esperaba que la mujer mandara a __________ al infierno, pero no lo hizo. La camarera parecía totalmente feliz de poder cambiar el menú de __________.
Comparado con sus dos acompañantes, el plato que pidió Tom fue sumamente fácil. Ostras con sólo media concha. Nada extra. Ni plato aparte. Tan pronto como la camarera se fue, él miró a las dos chicas que estaban frente a él. Ambas llevaban vestidos sueltos de verano. El de __________ hacía juego con el verde de sus ojos. El de Lexie con su sombra azul. Intentó no fruncir el ceño, pero odiaba ver a su hija con todo ese mejunje. Era demasiado embarazoso y se sentía sumamente agradecido por la oscuridad de la habitación.
—¿Te vas a comer eso de verdad? —preguntó Lexie cuando llegó la comida. Se inclinó hacia adelante, fascinada y asqueada a la vez.
—Sí. —Levantó media concha y se la llevó a los labios—. Mmm —dijo, succionando la ostra con los labios para tragarla.
Lexie lanzó un chillido de repulsión, incluso __________ parecía un poco asqueada cuando volvió a centrar la atención en el salmón con salsa de patatas y cebolletas con mantequilla y limón.
El resto de la cena resultó muy bien. Charlaron con menos tensión de la que solían, pero la tranquilidad de la noche acabó cuando la camarera colocó la cuenta al lado de él. __________ intentó cogerla, pero él la detuvo con la mano. Sus ojos se encontraron por encima de la mesa y Tom se dio cuenta de que __________ parecía una mujer dispuesta a remangarse y luchar por la nota.
—Yo pagaré —dijo Tom—. No quiero discutir —avisó, apretándole la mano. 
No era rival para él, aunque quisiera.
En vez de oponerse, ella le dejó ganar, pero su gesto le indicó que continuaría la discusión cuando estuvieran solos.

Capítulo 37

De camino a casa, Lexie se quedó dormida en el asiento trasero del Range Rover. Tom la llevó en brazos hasta la casa, sintiendo su aliento cálido contra el lateral del cuello. Le habría gustado sostenerla más tiempo, pero no lo hizo. Le habría gustado quedarse mientras __________ la metía en la cama, pero se sentía fuera de lugar y se marchó.
__________ vio salir a Tom mientras le quitaba los zapatos a Lexie. Le puso el pijama y la acostó. Luego se fue en busca de Tom. Quería preguntarle si tenía pinzas para quitarse la astilla del dedo y tenía que hablar con él sobre el dinero que se estaba gastando en ellas. Quería que dejara de hacerlo. Podía pagarse sus gastos. Y también podía pagar los de Lexie.
Encontró a Tom de pie al lado de la ventana, mirando fijamente el océano. Tenía las manos metidas en los bolsillos delanteros de los vaqueros y la camisa vaquera arremangada hasta los codos. El sol de poniente lo iluminaba con un resplandor ígneo, haciéndole parecer más grande aún. Cuando entró en la habitación, Tom se giró hacia ella.
—Necesito hablar contigo sobre una cosa —dijo caminando hacia él, preparada para discutir.
—Sé lo que vas a decirme, así que borra ese ceño de tu preciosa cara. Puedes pagar la próxima vez.
—Ah. —Se detuvo delante de él. Había ganado sin ni siquiera haber empezado y se sintió desinflada—. ¿Cómo sabías que quería hablar de eso?
—Me has estado mirando de mala manera desde que la camarera colocó la cuenta junto a mi plato. Durante unos momentos incluso pensé que ibas a saltar por encima de la mesa para pelearte conmigo por la cuenta.

No podía negar que lo había pensado durante algunos momentos.
—Jamás me pelearía en público. 
—Me alegra oírlo. —A la luz grisácea del anochecer le vio curvar ligeramente las comisuras de los labios—. Porque podría gustarme.
—Ya —dijo, poco dispuesta a seguirle el juego—. ¿Tienes unas pinzas?
—¿Para qué? ¿Para depilarte las cejas?
—No. Se me ha clavado una astilla.
Tom entró en el comedor y encendió la luz de encima de la mesa.
—Déjame ver.
__________ se hizo la sueca.
—No es gran cosa.
—Déjame verlo —repitió.
Con un suspiro se dio por vencida y entró en el comedor. Extendió la mano y le mostró el dedo corazón.
—No es tan malo como parece —anunció.
Ella se apoyó más cerca para ver mejor; sus frentes casi se tocaban.
—Es enorme.
Con el ceño fruncido le dijo:
—Espera un momento. —Salió de la habitación y regresó con unas pinzas—. Siéntate.
—Puedo hacerlo yo.
—Sé que puedes. —Sacó una silla de debajo de la mesa y se sentó a horcajadas—. Pero yo puedo hacerlo con más facilidad porque puedo usar las dos manos. —Colocó los antebrazos en el borde del respaldo y le señaló la otra silla—. Prometo que no te lastimaré.
Con cautela tomó asiento y tendió la mano hacia él, manteniendo a propósito la distancia de un brazo entre ellos. Tom acortó la distancia acercando la silla hasta que las rodillas de __________ tocaron el respaldo de la silla de Tom. Tan cerca estaba que ella tuvo que apretar las piernas para que no rozaran el interior de los muslos de él. Ella se reclinó todo lo que pudo cuando él colocó la mano de ella sobre su palma y le apretó la yema del dedo.
—Ay. —Trató de liberarse, pero él la agarró más fuerte.
La miró.
—Es imposible que te haya dolido, __________.
—¡Sí que duele!
Él no discutió, pero tampoco la soltó. Bajó la mirada y continuó escarbando en la piel con las pinzas.
—Ay.
De nuevo él levantó la vista y la miró por encima de las manos.
—Llorica.
—Imbécil.
Él se rió y meneó la cabeza.
—Si dejaras de comportarte como una muñequita, esto sería más fácil.
—¿Una muñequita? ¿Cómo se comportan las muñequitas?
—Mírate en el espejo.
Pues sí que le aclaraba mucho. Ella intentó liberar la mano otra vez.
—Relájate —le dijo Tom mientras continuaba trabajando en la astilla—. Parece como si estuvieras a punto de saltar de la silla. ¿Qué crees que voy a hacer? ¿Apuñalarte con las pinzas?
—No.
—Entonces relájate, está casi fuera.

«¿Relajarse?». Él estaba tan cerca que invadía su espacio. Sólo estaba Tom con su callosa palma ahuecada bajo su mano y la cabeza oscura inclinada sobre la yema de sus dedos. Estaba tan cerca que podía sentir el calor de sus muslos a través de los vaqueros y el delgado algodón de su vestido color kiwi. Tom tenía una presencia tan manifiesta que relajarse con él tan cerca era imposible. __________ levantó la vista y miró la sala de estar. Ernie y su gran pez azul le devolvieron la mirada. Los recuerdos que tenía del abuelo de Tom incluían a un agradable caballero mayor. Se preguntó qué sería de él ahora y qué pensaría cuando se enterara de la existencia de Lexie. Se decidió a preguntar.
Él no la miró, sólo se encogió de hombros y le dijo:
—Aún no se lo he dicho ni a mi abuelo ni a mi madre.
__________ se quedó sorprendida. Siete años atrás había pensado que Tom y Ernie estaban muy unidos.
—¿Por qué?
—Porque no hacen más que darme la lata para que me case otra vez y forme una familia. Cuando se enteren de la existencia de Lexie, saldrán disparados para Seattle más rápidos que un galgo. Quiero tener tiempo para conocer a Lexie antes de que sea abordada por mi familia. Además, acordamos esperar para decírselo a ella, ¿recuerdas? Y con mi madre y Ernie merodeando a su alrededor, Lexie podría sentirse incomoda.
«¿Casarse otra vez?». __________ no había oído nada de lo que él había dicho después de pronunciar esas dos palabras.
—¿Estuviste casado?
—Sí.
—¿Cuándo?
Él le soltó la mano y dejó las pinzas sobre la mesa.
—Antes de encontrarme contigo.
__________ se miró el dedo, la astilla ya no estaba. Se preguntó a cuál de los dos encuentros se referiría.
—¿La primera vez?
—Las dos veces. —Tom se apoyó en el respaldo de la silla, se reclinó y frunció el ceño un poco.
__________ se sintió confundida.
—¿Las dos veces?
—Sí. Pero creo que el segundo matrimonio no debería contar.
Ella seguía sin entenderlo. Involuntariamente arqueó las cejas y abrió la boca.
—¿Te has casado «dos veces»? —Sostuvo en alto dos dedos—. ¿Dos veces?
Tom frunció el ceño y apretó los labios hasta formar una línea recta.
—Dos no son tantas.
Para __________, que no se había casado nunca, dos sonaba a mucho.
—Como te dije, el segundo no cuenta. Sólo estuve casado el tiempo que tardé en divorciarme.
—Caramba, ni siquiera sabía que habías estado casado.
Comenzó a hacerse preguntas sobre las dos mujeres que se habían casado con Tom, el padre de su hija. El hombre que le había roto el corazón. Y como no podía marcharse sin saberlo, le preguntó:
—¿Dónde están ahora?
—Mi primera esposa, Linda, murió.
—Lo siento —dijo __________ quedamente—. ¿Cómo murió?
Él clavó los ojos en ella durante mucho rato.
—Sólo se murió —dijo, dando por zanjado el tema.
—Y no sé dónde está DeeDee Delight. Estaba muy borracho cuando me casé con ella. Y supongo que también cuando me divorcié.
«¿DeeDee Delight?». Ella clavó los ojos en él, totalmente perdida. «¿DeeDee Delight?». Tenía que preguntarle. Simplemente no podía dejarlo pasar.
—¿DeeDee era una... una... una artista?
—Era bailarina de striptease —dijo Tom débilmente.
Si bien __________ lo había adivinado, le causó una enorme impresión oír a Tom confesar que en realidad se había casado con una bailarina de striptease. Era demasiado chocante.
—¡En serio! ¿Y cómo era?
—No la recuerdo.
—Ah —dijo ella, con la curiosidad insatisfecha—. Nunca he estado casada, pero creo que lo recordaría. Debías de estar muy borracho.
—Ya te dije que lo estaba. —Chasqueó la lengua exasperado—. Pero no te preocupes por Lexie. Ya no bebo.
—¿Eres alcohólico? —inquirió, la pregunta se le escapó antes de que la pensara mejor—. Lo siento. No tienes por qué contestarme.
—No importa. Probablemente lo soy —contestó con más franqueza de la que habría supuesto—. Nunca fui al Betty Ford, pero bebía demasiado y tenía la cabeza llena de mierda. Estaba fuera de control.
—¿Te costó dejarlo?
Él se encogió de hombros.
—No fue fácil, pero por mi bienestar físico y mental renuncié a algunas cosas.
—¿Como cuáles?
Él sonrió abiertamente.
—Al alcohol, a las mujeres ligeras de cascos y a la «Macarena». —Él se adelantó y colgó las manos sobre el respaldo de la silla—. Ahora que conoces mis secretos de familia contéstame a unas preguntas.
—¿A cuáles?
—Hace siete años cuando te compré el billete para casa, creía que estabas en números rojos. ¿Cómo sobreviviste? ¿Cómo pudiste poner un negocio?
—Tuve mucha suerte —hizo una pausa un momento antes de añadir—, contesté a un anuncio de periódico de Catering Heron. —Luego, porque él había sido tan sincero con ella y porque nada que hubiera hecho nunca podía compararse con casarse con una stripper, añadió un pequeño detalle que nadie más conocía, salvo Mae—. Y poseía un diamante que vendí por diez mil dólares.
Él no se sorprendió.
—¿De Virgil?
—Virgil me lo regaló. Era mío.
Una sonrisa lenta, que podía significar cualquier cosa, curvó los labios de Tom.
—¿No quiso que se lo devolvieras?



3 O MAS Y AGREGO MAÑANA ... ADIOS :))

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